cruje bajo nuestras plantas los huesos de la noche;
sus dientes amarillos y su mirada de perro:
sus puños apretados y sedientos,
sus labios caídos y contorsionados por la groseriía,
por la maldición apenas en pañales,
por la salva o fuego de nustros corazones
que fueron arrojados al horno de las estrellas,
así crujimos, amigos.
Por esas noches miserables como cobija sucia,
que nos acariciaron como ninfómana
o suicida virgen;
como el lamento apenas insinuado en la comisura de los labios derretidos
por el dolor, por la ignominia, por todos los clavos calientes del Redentor,
a veces así sufrimos: como... como...
no hay paragón, no hay criatura ni astro ni grano de arena
ni ni madres que se compare
a nuestro cáustico sentir de bestia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario