miércoles, 4 de diciembre de 2019

"El asesinato de Hipatia de Alejandría". Traducción de artículo.


El asesinato de Hipatia.
Una lucha sobre todas las cosas visibles e invisibles, desplegando magia práctica, imperio, y hombres terribles.

Por Soraya Field Fiorio.


Traducción: Philippe O. Lanada.



 Al claro de una mañana de primavera del año 415 D.C., en la ciudad de Alejandría –epicentro intelectual del decadente imperio romano-, Hipatia, filósofa pagana, era asesinada por una turbamulta de hombres cristianos. Estos hombres, llamados “parabolanos”, conformaban una milicia voluntaria de monjes cuyo desempeño de esbirros estaba al servicio del arzobispo. Su comando esencial era el socorro de muertos y moribundos, pero podían ser más fácilmente encontrados aterrorizando grupos cristianos antagónicos o arrasando templos paganos. A instancias de Cirilo, obispo de Alejandría, habían ya destruido los remanentes de la otrora famosa biblioteca de la ciudad. Barrieron con templos, atacaron núcleos judíos, estropearon piezas maestras de arte clásico que consideraban “demoniacas”, mutilándolas y luego derritiéndolas para extraer el oro. Y entonces posaron sus ojos en la amada maestra de matemáticas y filosofía de la ciudad, cuyo rango social no iba a la zaga del de los hombres más importantes de allí. No entendiendo nada de su filosofía, llamáronla “bruja”. Extrajeron a la anciana maestra de su carruaje mientras daba un paseo, y la arrastraron dentro de un templo; fue desnudada, desollada con valvas dentadas de ostras, desmembrada, y sus restos con sorna exhibidos por las calles, para finalmente ser quemados en una parodia de sacrificio pagano.

La muerte de Hipatia marcó el fin del paganismo y el triunfo del cristianismo, acto final de una guerra centenaria librada por la nueva religión contra el mundo antiguo.

Nació Hipatia en torno al 355 dentro de la élite romana, educada por su prestigiado padre, el matemático Teón; viviría y trabajaría con él durante el resto de su vida. Una mujer dentro del circuito filosófico era una extravagancia en el mundo clásico, pero no excepción cuando alcanzaba reconocimiento en el campo de las ciencias y artes y era además hija de algún hombre conspicuo que no había procreado varones. Sin duda su sexo irritó a sus celosos adversarios cristianos, quienes estaban enfocados en restringir la influencia femenina. Empero, los hombres de su campo la respetaban, incluso ensalzaban ya al mencionar que no había necesidad que fuera un hombre. “Debido a la serenidad  y espontaneidad que había adquirido a resueltas del cultivo de su mente, aparecía constantemente en presencia de los magistrados”, escribía Sócrates Escolástico, coetáneo suyo en Constantinopla. “Tampoco se cohibía al acudir a las asambleas de los hombres. Pues todos admirábanla más en razón de su extraordinaria dignidad y virtud”.

Hipatia eclipsó a todos los estudiosos de su época con sus logros en matemáticas y filosofía. Alrededor del  400 se puso a la cabeza de la escuela platónica de Alejandría, donde enseñó a jóvenes ricos (todos sus estudiantes fueron varones), enviados desde los más recónditos lugares del Imperio para recibir la mejor educación que el dinero pudiese comprar. No había división religiosa en las escuelas de Alejandría; ella enseño igualmente a paganos y cristianos, haciendo aliados de ambos bandos. Fue cautelosa en cuanto a tomar posición en la lucha de poder entre la cristiandad y el mundo antiguo y adoptó un enfoque más trascendente hacía la espiritualidad. Sin mostrar aversión a la nueva religión, con muchos amigos cercanos ganando escalafones en la Iglesia, se veía a sí misma como filósofa y por tanto etiquetada como pagana; educación clásica y paganismo fueron íntimamente ligados. Amén la enseñanza, daría públicas conferencias cuyo quorum lo compondrían funcionarios de gobierno ávidos de su consejo en los asuntos del municipio: parte de una añeja tradición de políticos que consultaba a los filósofos a fin de gobernar. Fue aristocrática e influyente, mas su popularidad inspiraría fatal envidia al Obispo.

No fue tanto el logro más grande  de Hipatia y su escuela de Alejandría la introducción de nuevas ideas como el mantener viva la llama de la indagación filosófica  en un periodo que paulatinamente se oscurecía. Mientras que cristianos radicales destruían templos y quemaban libros heréticos, Hipatia escribía otros elucidando las cuestiones más abstrusas de Euclides y Ptolomeo para una comunidad más amplia de lectores, formato en boga por aquel entonces. Inventó el primer hidroscopio y astrolabio, así como un más eficiente método de división larga (uno al menos tan útil como podría esperarse por cuanto aún restringido por los numerales romanos). Habiendo vivido ochocientos años después de Platón, expuso conceptos primeramente introducidos en Atenas con material más nuevo proveniente de filósofos “místicos”, como Plotino. Llevó a sus pupilos a meditaciones tales como la naturaleza de la realidad, el concepto abstracto de que un ente –el Uno- existe indivisiblemente tras todas las realidades, y que el Universo emana de dicha fuente.

Para Hipatia, las matemáticas no eran una ciencia exacta basada en pruebas sino el mismo lenguaje sagrado del universo. A cuenta de Pitágoras, enseñaba que el cosmos estaba numéricamente ordenado, con la rotación planetaria en torno a sus órbitas correspondiendo a intervalos musicales y creando armonía en el espacio –“la música de las esferas”. La geometría era usada como herramienta meditativa para entender el dualismo materia-espíritu. La línea divisoria entre astronomía y astrología o matemáticas y magia en el mundo antiguo era más bien difusa; la asociación de Hipatia con las estrellas le fue suficiente a los líderes de la iglesia para acusarla de brujería; los obtusos parabolano, quienes nada entendían de matices filosóficos, tuvieron por cierto el rumor.

Como el concepto de autoritarismo teocrático empezase a echar raíces en una cultura previamente distinguida por el libre intercambio de ideas, el mismo espíritu de indagación que Hipatia adoptase amagaría a la Iglesia. Los primeros líderes cristianos consolidarían su poder político sujetando su autoridad a una rígida y literal interpretación de “las enseñanzas”  reconocidas. Hipatia, empero, incitaba la meditación personal dirigida a la naturaleza de lo real, y su filosofía no se ceñía a ninguna divinidad en particular. Su enfoque interno respecto a la espiritualidad entró en conflicto con el adoctrinamiento religioso de la Iglesia, basado en el conocimiento recibido de una fuente externa, donde la obediencia ciega a un poder superior era considerada virtud, mientras la actitud indagadora un vicio.

Hasta los años de Constantino, los romanos practicaron un sincretismo religioso: una mezcla variopinta de sistemas de creencias y deidades procedentes de las partes más distantes del Imperio. Cada individuo era libre de adorar a una plétora de  diferentes dioses y seguir ritos secretos de más de un culto mistérico. Esta asimilación espiritual acentuó un subrayado sentido de unidad, y a menudo dos o más deidades de culturas distintas se fusionaron en una nueva persona. El greco-egipcio dios Sérapis era uno de tales dioses, amalgama de Zeus y Osiris; patrón de Alejandría; su templo, el Serapeo, alojó los restos de la biblioteca de marras (el grueso del acervo fue destruido en un incendio hacia el 48 A.C.), salones de conferencias para profesores paganos como Hipatia, y urnas de otros dioses con estatuas hechas por los más grandes artistas del mundo clásico. Considerado una maravilla del mundo, el templo era uno de los dos más grandes bastiones de la cultura pagana en Alejandría; el otro, la misma Hipatia. A medida que el cristianismo ganaba terreno, cualquier vestigio de idolatría corría peligro.

Constantino desbrozó el camino para que el cristianismo se convierta en religión oficial un siglo antes de la muerte de Hipatia. Después de conquistar el Oriente y Occidente del imperio (área que abarca gran parte del moderno Medio oriente así como Europa y la costa norte de África), promovió concilios de obispos cristianos para institucionalizar la nueva fe, reestructurando la religión de un flojo y abigarrado entretejido con sectas a menudo en conflicto hacia una dogmática, intolerante máquina de terror. Aunque aclamado como Constantino el Grande, muchos de sus contemporáneos le mostraron una férrea oposición. Zósimo, simpatizante pagano del siglo VI, nos habla del carácter de Constantino:

“Ahora que todo el imperio había caído en manos de Constantino, él no conciliaba más su malvada disposición e inclinaciones viciosas, empero actuaba como le placía, sin control”.

Constantino asesinó a su propio hijo, el heredero al trono; enfadado con su mujer, la hirvió hasta la muerte en la bañera. De acuerdo con Zósimo, ningún ministro de culto pagano se hallaba dispuesto a purificarlo –“decíanle que no había ningún tipo de purificación que fuera suficiente para limpiarlo de semejantes atrocidades”-. Un ministro cristiano, sin embargo, al parecer le persuadió de que la nueva fe le absolvería de todos sus pecados. La cronología de Zósimo no es muy exacta –Constantino se había convertido al cristianismo antes de la muerte de la emperatriz-, pero su opinión, reveladora. No era amado por los romanos de cepa, quienes atribuían el declive del Imperio Romano a la eclosión del cristianismo. Habituados a la libre adoración, les horrorizaba que los mismos dioses que los habían protegido y bendecido por siglos fueran ahora maldecidos en tanto demonios.

El emperador aprobaba muchas leyes que constreñían al paganismo mientras reforzaba al cristianismo. Proscribió la magia y la adivinación –salvo para su propio uso (hizo presenciar a los augures para descifrar el significado de caída de relámpagos en los edificios imperiales). Esta prohibición pronto se convertiría en un problema para maestros como Hipatia debido a la creencia  que matemáticas y astronomía eran artes mágicas. El emperador exentó de impuestos a las iglesias, compensando el déficit mediante actos de pillaje en templos antiguos, fundiendo sus estatuas a fin de hacerse con los metales preciosos. En 325 convocó el Concilio de Nicea: primer intento de establecer la doctrina ortodoxa en la cristiandad: las facciones cristianas habían anteriormente predicado e interpretado su propia versión de los Evangelios. El Concilio encendió el debate entre ortodoxia y herejía, resultando en muchos textos vetados  de la versión oficial de la Biblia, a la postre destruidos. Las enseñanzas de Arrio, escritor protocristiano que negaba la naturaleza divina de Jesucristo, fueron quemadas, y cualquiera ocultando la posesión de sus textos, condenado a muerte; otros textos cristianos, incluyendo los recién descubiertos Manuscritos de Nag Hammadi y los Rollos del Mar Muerto, fueron ocultos durante este periodo con la esperanza de preservarlos. Escritos paganos fueron idénticamente vistos como heréticos, y suprimidos. El emperador  particularmente detestaba a Porfirio –“enemigo de la piedad”-, estudiante de Plotino y prolífico escritor. Toda su obra literaria fue destruida y en la actualidad existe sólo fragmentariamente.

En contraste con el sincretismo, Constantino defendió el monoteísmo y un dios que, celoso, supremo reinaba sobre todos los otros. La implicación era que también había menester de un solo gobernante sobre todos los demás: velada referencia a su esfuerzo de reunir a todo el Imperio bajo un solo trono. Él mismo compuso el Credo de Nicea, probablemente la más conocida declaración de un emperador romano: “Creemos en un Dios, Padre Todopoderoso, Creador del Cielo y de la Tierra”. El Credo establecía la manera correcta en que Dios había de ser entendido, poniendo en movimiento la persecución contra los cristianos que interpretasen la Escritura de modo distinto, así como de todos los paganos. Julián, sobrino suyo,” consideraba a su tío no como ‘el Grande’, sino como un criminal revolucionario que destruyó los valores religiosos tradicionales con el propósito de descargar su conciencia, un tirano con mentalidad de albañil”.

Durante los siguientes cincuenta años, los cristianos libraron luchas intestinas para establecer el control y definir el canon ortodoxo. Hipatia vino al mundo en este periodo, mientras el paganismo era aún capaz de mantener el equilibrio después de la muerte de Constantino y durante la pronta sucesión de emperadores que la siguieron: algunos de ellos más tolerantes con las prácticas tradicionales que otros. Este estado de cosas cambió cuando Teodosio I se convirtió en emperador hacia el 379; en el 380 declararía al cristianismo religión oficial. Repentinamente, la oficina del Obispo detentó poder a partes iguales con la del prefecto, responsable de mantener la ley y el orden como la más alta enmienda imperial. Obispos envalentonados incitaban a sus seguidores a reducir a escombros templos paganos y sinagogas judías. En Alejandría, el obispo Teófilo se granjeó el apoyo de los parabolanos.

La evidencia arqueológica de la destrucción de los monjes está extendida, abarcando igualmente el Oriente y Occidente del Imperio. El Código Teodosiano (datado en el 438) recuerda “el terror de los que eran llamados parabolanos”, y el historiógrafo Eunapio los llamó “hombres en apariencia pero que llevaban vida de puercos, quienes abiertamente hacían y permitían incontables e inenarrables crímenes”. El orador griego Libanio escribía al emperador Teodosio en el 386, quejándose de la brutalidad de los monjes:

“[los monjes] se apresuran a atacar los templos con palos, piedras y barras de acero… sigue completa desolación, con el levantamiento de techos, demolición de paredes, derrumbamiento de estatuas, derrocamiento de altares… los ministros [ministros paganos del santuario] deben bien guardar silencio o morir”.

El último líder de la Academia de Platón, Damascio, les llama “una muchedumbre de hombres bestiales –verdaderamente abominables- esos quienes no tienen en cuenta ni la venganza divina o el resarcimiento humano”.  Prácticamente solo en el apoyo de los parabolanos tenemos al obispo egipcio e historiador de la Iglesia Juan de Nikiû, quien afectuosamente los señala como “una multitud de creyentes en Dios”.

Fueron los monjes tamaña amenaza que en el 390 el emperador Teodosio los desterró al desierto, bastante lejos de templos y ciudades. El emperador también vetó el paganismo en el 390. Proscribió sacrificios y visitas a templos; abolió festividades paganas; y prohibió la brujería, la adivinación, y la práctica de rituales tradicionales incluso en la privacidad del hogar. Peor aún, autorizó la demolición de templos paganos y sitios sagrados hasta sus mismos cimientos. Aprovechando esta oportunidad estaba Teófilo, obispo de Alejandría, quien invocó a los parabolanos de su escondrijo en el desierto para que le ayudasen en el derrocamiento de los más reverenciados monumentos paganos: aniquilaron el Mitreo, templo sede del culto a todos los varones, dedicado al dios Mitra, el cual fuese popular entre los soldados; derribaron la estatua del dios Príapo, dios de la fertilidad representado por un gran falo (los primeros cristianos deploraban las alusiones sexuales –lujuriosas estatuas de Afrodita desnuda  tampoco salieron bien libradas-). El golpe de gracia de Teófilo llego en el 392, cuando sus secuaces arrasaron con el Serapeo, corazón de Alejandría. El templo, tan grande como la Acrópolis de Atenas, fue barrido hasta los cimientos, y sus imágenes, obras de arte y estatuas, fundidas en recipientes y otros utensilios para uso de la Iglesia. La destrucción supuso un golpe devastador a los filósofos paganos, muchos de los cuales abandonaron la ciudad, para nunca más escucharse de ellos. El cristianismo silenciaba todas las voces disidentes, y su victoria se haría absoluta con el inminente asesinato de Hipatia.

A la muerte de Teófilo en el 412, su sobrino Cirilo le sucedió como Obispo de Alejandría –aunque sólo después que los parabolanos derrotaran a los simpatizantes de su contendiente. Cirilo es recordado por los teólogos cristianos por sus escritos sobre la Encarnación, sus esfuerzos por unificar la naturaleza humana y divina de Jesucristo en un solo ser. Dichos intentos no llegaron muy lejos: entre sus primeros actos como Obispo figura la persecución de los novacianos, secta rival de los cristianos; tensó las relaciones entre cristianos y judíos, con violencia a resueltas en ambos bandos. La población judía de Alejandría, que había florecido desde tiempos de Alejandro Magno, fue desterrada de la ciudad mientras Cirilo clausuraba sinagogas.

Por este periodo, Alejandría recibía un nuevo prefecto, llamado Orestes. Cristiano moderado, estaba cortado de la misma tela que los estudiantes de Hipatia y los funcionarios de gobierno que a ella recurrían: rico y erudito, enlazaba  el antiguo mundo de pensamiento griego y el nuevo orden de la filosofía cristiana. Forjó una amistad cercana con Hipatia inmediatamente a su llegada a la ciudad –tenían probablemente amigos en común quienes facilitaron su encuentro-, y ella estuvo a la cabeza de su base de apoyo y consejeros.

Orestes desaprobó el violento extremismo de Cirilo y sintió que el obispo estaba invadiendo las responsabilidades civiles que mejor habían de delegarse a autoridades seculares como él. Cuando Cirilo expulsó a la población judía, Orestes estaba furioso y escribió una carta al Emperador quejándose de ello. Cirilo le pagó con la misma moneda. Su ominosa relación se intensificó, con ninguna de las partes dispuestas a ceder. Orestes dejó de asistir a las liturgias de Cirilo. Éste desesperó. En un no del todo sincero intento de reconciliación, Cirilo se presentó a Orestes con un Nuevo Testamento –la nueva versión, la ortodoxa-, y le pidió aceptase su verdad y resolvieran sus diferencias. Orestes tomó esto no como una tregua sino como un pretexto para públicamente demostrar su sumisión al obispo. Rehusóse.  

Cirilo, enervado, reaccionó  llamando a quinientos monjes del desierto de Nitria para acosar al prefecto. Los parabolanos rodearon a Orestes mientras cabalgaba por la ciudad y públicamente lo acusaron de paganismo; Orestes respondió que había sido bautizado por el obispo de Constantinopla. Uno de los monjes arrojó una piedra contra él, hiriendo gravemente su frente. Temerosos, sus guardias lo dejaron solo mientras sangraba,  pero una multitud de alejandrinos (probablemente cristianos moderados) acudieron pronto en su socorro y disiparon a los monjes, capturando al que lo hirió. Orestes lo sentenció a tortura; muriendo a consecuencia de ésta, Cirilo lo declaro mártir.

Escalaron las hostilidades. Durante los años 414-15, Orestes fundó su propio partido político. Fue respaldado por lo líderes judíos que permanecieron en la ciudad, funcionarios que eran cristianos moderados como él y la élite alejandrina, Hipatia incluida. Ella apoyaba la resistencia judía contra Cirilo y creía en un gobierno basado en el discurso civil en vez de uno en violencia; era amigable con los funcionarios que anhelaban su consejo y los deleitaba en su casa. Tenía aliados poderosos por todo el Imperio y un cúmulo de honores cívicos. Por el contrario, Cirilo no era querido, más bien repudiado. Encontrándose en un punto muerto, hirvió en celosa rabia en contra de Hipatia, viéndola como el obstáculo fundamental en su reconciliación con Orestes. La Suda, enciclopedia bizantina, nos dice:

“[Cirilo] estaba tan corroído de envidia que inmediatamente comenzó a urdir el asesinato de Hipatia del modo más abominable, por cierto”.

Cirilo dio pábulo al género de que Hipatia era una bruja que había hechizado a Orestes; su trabajo en astronomía, inseparable de la astrología, selló su destino. Juan de Nikiû hace eco de esta opinión:

“Y por aquel entonces apareció, allí en Alejandría, una filósofa, una pagana llamada Hipatia, que todo el tiempo estaba consagrada a la magia, astrolabios, instrumentos de música, y había encantado a muchos con sus satánicos artificios. Y el gobernante de la ciudad [Orestes] le honraba exageradamente, pues le había hechizado con su magia. Y había cesado de acudir a la iglesia, según su costumbre… Y no únicamente esto hizo, sino que le llevó muchos creyentes, y él mismo recibía a los impíos en su casa”.

La calumnia surtió el efecto deseado. Los parabolanos, llamando a la instruida y consumada mujer “bruja”, la emboscaron mientras viajaba por la ciudad, torturándola y asesinándola. No hay evidencia histórica que confirme a Cirilo autorizando su muerte de modo franco; pudo haber únicamente deseado volverle adverso el sentimiento público. Aunque no es ocioso notar que sus parabolanos llevaron a Hipatia al anterior templo de culto del emperador para torturarla, mismo que Cirilo había expoliado para sentar allí su cuartel. El acto se llevó a cabo ante sus ojos, y sus seguidores –azuzados por la reciente canonización del monje que había atacado a Orestes- no temieron que el Obispo condenara su crimen.

La vida intelectual de Alejandría, último santuario de la filosofía helenística, llegó a su fin  tras la muerte de Hipatia. La escuela alejandrina cerró sus puertas, y los filósofos que aún quedaban después de la destrucción del Serapeo, huyeron. Orestes desapareció sin dejar rastro, bien requerido de vuelta por el Emperador o escapando en pánico, pues correría la misma suerte que su amiga. Todos los escritos de Hipatia se perdieron, como parte de la trama de la Iglesia para reprimir el conocimiento herético. Bajo los siguientes siglos de administración eclesial, sólo se salvó el uno por ciento de los textos latinos y el diez por ciento de los griegos, suprimidos bien por destrucción intencional o negligencia. Tomaría siglos antes que las elevadas indagaciones filosóficas y matemáticas del mundo antiguo reaparecieran en la conciencia humana, hasta el Renacimiento. En cuanto a Cirilo, esperó por un castigo que nunca se suscitó. Como un tirón de orejas, su ejército de monjes fue reducido de ochocientos a quinientos por decreto imperial. Los parabolanos sobrevivieron a Cirilo, su reino de terror los llevo allende Alejandría, expandiendo su reputación como terroristas urbanos bajo los auspicios de la Iglesia. Los historiadores cristianos celebraron el asesinato de Hipatia equiparándolo con la destrucción del Serapeo por parte del tío de Cirilo: “Toda la gente rodeó al patriarca Cirilo llamándolo ‘el nuevo Teófilo’, pues destruyó los últimos vestigios de idolatría en la ciudad”. Cirilo fue venerado con el extraño título de <<Doctor de la Iglesia>>, y canonizado. Hipatia, olvidada del pensamiento occidental por espacio de mil cuatrocientos años.


Link al artículo original: https://www.laphamsquarterly.org/roundtable/killing-hypatia

Link al TED-talk, basado en este artículo: https://www.youtube.com/watch?v=n1mwZrVJ-TI

Link a la página de la autora: https://www.sorayafieldfiorio.com/

sábado, 12 de octubre de 2019

(sin título).


Cuántas vidas he vivido y muerto sin saberlo o pretenderlo, ¡Vida!; pero la locura que no se comparte no es locura en absoluto.
Estar sin estar entre extraños, empero compartiendo el mismo aire, pan y sol… Elegí, si no me equivoco (¿o sí?) cierta vida, cierto género, que me llevo al deshacer más que al hacer –muy pronto supe lo endeble de los fundamentos-, que me trajo a esto: una estentórea Nada que a nada se parece… Y sin embrago, ¡me di a vivirla, Dios!, como haya sido: sin rumbo,” sin timón y a la deriva”, cual ebrio barco: y fueron los soplos de la Noche que a mis velas alentaron, y las errabundas estrellas mis únicos guías, y juntos conocimos lo inhóspito de esta Tierra: cañaverales, estepas y desiertos adolescentes todos del buen Vino, del cataplasma que el alma añora; y juntos tostamos la epidermis ante las ascuas del tiempo, el que fuese, bueno o malo; y uno fuimos en el menester.
¿Qué queda después de aquello?  ¿Qué sino la mugre que por maquillaje llevo y presumo?
Pero tú, ¡Vida!, en tu inaudita hipocresía, con tu hocico lleno de espuma y rabia en las uñas, y tus parsimoniosos pasos de homeless; tu agrio tufo; con tu cálculo inexorable y matemático…
“La Belleza no muere”, alguna vez me dijiste, y te creí, y con mi alforja y atajo de payasadas me empederní en su busca; mas la Fealdad allí estuvo mostrando sus colmillos en el horizonte siempre; la muy hija de puta donde los pájaros detienen el vuelo, y su mano ungiendo la boca de los hombres: por tanto la Oración, ¡Vida!,es el agua sucia con que el Dios se ducha; de allí la metafísica semilla con que aquéllos cultivan su trigo…
Y la Mujer fue el aderezo del caldo, y trinos hubo,
y perfidia y rocío
y malva sobre nuestras cabezas…
Creóse pues el  problema; y el irresoluto Enigma; y el rostro desencajado…

                                                                                              &&&&

Ahora me dedico a pelar los minutos cual si fueran frutas, y debo confesar al fin el incontable número de gusanos que algunos alojan, y otros  el burdel,  y algunos más, las tristes ruinas que cada terremoto deja tras de sí, con todo y sus cadáveres y los perros aullando de dolor…
Ahora me dedico a estudiar las imperfectas figuras de cada bocanada y escuchar en silencio la rotación planetaria; administro mi respiración con algo de racanería y agiotismo , pero el aire carcajea, y sobre mi cabeza la escarcha de los malditos años, y los esputos propios que obedecen a la Gravedad….

                                                                                              &&&&&


¿Firmaremos, pues, el tratado de paz? Pero la tregua te es tan ajena como a mí el Amor: por eso no debería coquetear con las Musas, por eso no debería pertrecharme en el vino, por eso no debería ver en cada brizna, en cada libro, y cada alada criatura (todas, todas me lo parecen), la vagina “per sé”; y me ocurre, como maldición y Destino, todo lo contrario: que todo es ruta, carretera, autopista, y a trescientos kilómetros por hora voy en mi Ferrari.

                                                                                              &&&&

Creo haber alcanzado, al fin, cierta experiencia en la idiotez más extrema;
por tanto,
soy sabio.

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Belleza:
¿por qué te muestras y ocultas? ¿por qué tan rejega?
¿Habitas en el ojo? ¿Eres la “cosa”?
¿Y has venido al mundo para quedarte, o con el cometa que te trajo marchas para no volver más?
¡Oh meteórica, oh inasible!, que aun el venenoso ciempiés tuvo tu gracia sobre su lomo, y la hiena en su risa, y el león en su furia, y la Mujer en su vientre, y el todo, el inenarrable Todo…
Pero me hago viejo, y como la gota a la piedra, me horadan las sentencias: “la rebeldía es el primer paso a la madurez”, y te voy queriendo sin quererlo…

sábado, 28 de septiembre de 2019

Palabras (2).


Palabras indelebles a la hora de tocarte,
con cercenadas yemas,
con lamentos que de todos lados llegan…
Palabras que antes de salir de mi
arrancan el hígado de cuajo;
palabras rojas,
de rostro rojo,
como niño goloso que no usa cubiertos…
Palabras como copas hechas añicos
o mojado combustible, que nunca verá la chispa,
el parto,
la luz…

Palabras espantosísimas que si fueran proferidas
cogerían por la yugular a la Verdad
en vampírico placer;
palabras parecidas a la mano del Crimen,
a la aspereza de la soga del ejecutado;
palabras que como ceremonia abren las puertas
del Templo,
que sujetan tanto más las rodillas al suelo
cuanto la mirada al Cielo.
Palabras que se las lleva el viento…

En tarde de Otoño...


“Mientras me visto pienso en la Muerte; mientras me cepillo los dientes, también. Mientras veo TV o porno; mientras me la jalo… Mientras hablo con J., que me gusta y no me pela: y con quien pienso en procreación futura e insensata; mientras cae la lluvia en éxtasis de alegría por besar la Tierra, mientras todo acontece en perpetua  Permanencia… Mientras todo es como Eco, como susurro, como algo y nada a la vez…
Yo pienso en la Muerte y me pregunto: “¿por qué estás tan presente y ausente a la vez? ¿por qué  tantos flirteos en una realidad de por sí envenenada?”; y la Muerte, empecinada en su silencio parco, inaudito, feroz, mirándome desde lo más oblicuo de mí mismo, nada me responde; ¡y siempre es así!, en un irrisorio diálogo donde yo siempre resulto ser el interlocutor…

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Hay veces en que es mejor no salir del caparazón, cual la tortuga. “¿Qué importa el Mundo?”, se pregunta en la oscuridad de sí misma. “¿Qué importo yo?”; ¿qué le importo yo al Mundo y que me importa él a mí?”, se pregunta, en la oscuridad de sí misma…

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No fue un Ángel de luz el Sol, sino de Tristeza.
No comprendemos…


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¿Es que las plantas procuran levantarse bajo un Sol agrio, dentro de una Tierra seca, con un Rocío cual pus?
Se levantan y ya.
Y nosotros las pisamos o arrancamos, pensando  moralmente.

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Hubo una vez un hombre cuyo menester más inmediato era una soga para ahorcarse, pero era tan pobre que ni agujetas tenía en sus podridos zapatos, entonces decidió darse a la caza de una rata que merodeaba  el profano árbol que habría de sostenerlo, una vez consumado el acto.
- “¡Ratita, ratita!”, le dijo; “¿podría yo usar de tus pellejos duros y robostecidos por la mala viada, de despreciada  y reñida con el género humano a fin de acabar conmigo?”.
Miró no con crueldad ni asco, sino con algo que va más allá de toda experiencia humana materializable en el verbo, la rata al desgraciado, y agitando su cabeza llena de garrapatas, marchóse en reposado silencio…

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Las paredes que no oyen, te guiñan el ojo.
Las Estrellas, cuando su pereza e indolencia lo permiten, bajan de vez en cuando a darnos un beso: en la transparencia de sus ojos delatan involuntariamente su ígnea naturaleza, crepitante, creciente y constante: indoblable: somos “pesados” por naturaleza; mas la Estrella todo lo resiste, cual corona de Rey. Siete quilates de oro es su peso exacto, y su contacto, calcinante…
Las Estrellas, en su deambular por aquí, son imprecisas, tímidas, rutilantes…
Son cercanas y lejanas a la vez, las Estrellas, pero siempre están…

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Surgió la Flor a la par de su arrepentimiento.

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Ruidos, hay ruidos en la casa de al lado.
Puede ser que el Padre estés golpeando a la madre,
o que el chiquillo de siete haya tomado el revólver…
Puede ser su estúpido perro,
su estúpida manera de vivir…

Ruidos, hay ruidos al lado,
y no me dejan dormir.
Deberá ser el cartero,
el del gas,
la camioneta de las chácharas,
pero mis ojos plagados de sueño
nada ven, sino a sí mismos….

La diferencia real entre Sueño y Realidad
es la constancia,
pero el Tiempo no existe ni existió jamás.
La Rabia se llevó
al Hombre del bastón y pipa en los labios
como pergamino…
“Todo se acaba”, dijo antes de marcharse…

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Decirle algo es malo, no decírselo, también
Haga lo que haga será malo
Se lo diga o no, será igualmente malo.
“¡Puta, pinche Kierkegaard, me pudriste el cerebro cabrón!”.


No hay certezas, hay mamilas.


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De remotos tiempos nos viene la creencia que evolucionamos, cuando hemos fracasado como especie: comémonos unos a los otros, en consular banquete, llenos de los demás, vacíos por dentro… El canibalismo habría de ser el deporte olímpico por antonomasia, y bueno fuera verle, reproducirlo hasta la saciedad de un hambre aún más inmaterial. ¿Qué se consigue sino un incremento exponencial de la vanidad a la hora atómica de abrir el perfil propio? ¿Qué sino la validación ajena? ¿Y al menos con eso alcanza satisfacción el Ego? Pues no. Es todo lo contrario…

No ha nacido criatura en la Tierra con más voracidad que el puto Ego humano; la vanidad de Narciso es nada a la hora de compararla con la de aquél: mediterránea estrella es lo que el espejo le devuelve; empero, del Espejo nunca hay que fiarse, y menos a la hora de la crepuscular Verdad, pues nada es lo que es… ni acaso sombras.

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Ignorarte está mal; no hacerlo, peor.
Haga lo que haga será peor,
y sólo peor,
desde el secuestro flagrante de mi seguridad,
de mi seso,
pulso,
de mi todo…

Habré mal por donde lo hiciese, sí;
mal si lleno la piscina de mis ojos
con tu agua;
mal si los besos al aire, si los párpados
medio abiertos
ni te besan  o sueñan;
mal por todos los flancos,
mal de mí y de ti…

Sea entonces la Maldad,
que me permite tocarte e incluso olerte
a través del concreto
que llevas por mascarilla,
del silencio cual látigo,
del fino ademán  con que te escabulles…

Árbol mi cerebro, Tú la hoja que cae,
con estrépito,
con coraje,
con tu alma llena de gemas
y kilates,
con tus mejillas rosas,
con tu sexo como fuente…

domingo, 22 de septiembre de 2019

Ritmo





Reclamo el nuevo Ritmo:
pasos o movimiento de planteas o nubes… Lo Nuevo. ¡Hágase lo Nuevo! ¡Que lo Nuevo sea el Arcángel de la puerta paradisíaca, y capture la mirada mortal con su espada ígnea y flameante!

U Otro que Dios ni Demonio  nos identifique en la crespa de la Montaña…

                                                                  $$$$


Fue terrenal alimento la noticia roja, y bebimos sangre directo de la vena: ¡oh! ¡cómo duele circular sobre la avenida azul! ¡cómo el cabo de la Vida se convierte en Spagghetti  en el hocico de Perro, en los labios cristianos! ¿   Qué nos pasó?

Cincelamos  el epicentro de la mentira llamada existencia, y nos echemos para fuera…

                                                                      $$$

¿Viste, viste el dolor mental de la Conciencia al ser dada a Luz?  “Oscuridad” debió ser su nombre, pues “Descomposición” llamose su Enfermera, la parturienta y cómplice del delito… Nadie cree de Corazón en la Patria.

                                                                     $$$$$


Anonimato el refugio interno,
Seducción el Pronombre,
Silencio la veladora en los pies de día santo;

que cual Paloma,
augura un Periódico abierto.

                                                                      $$$

El Amor y su labio caído, el de abajo, el de la inteligencia… Que fuera ciego, se sabe; Idiota, no.
Es la respuesta al error (o sea, por eso nos equivocamos como Especie; por eso somos así).
Mientras tanto, discurre la psicotrópica tarde con sus párpados como alfombra...

viernes, 20 de septiembre de 2019

J (2).


Pegome fuerte el Amor, al igual que la maldita Muerte: supe no’más de Ti: caliente piedra de manos ocultas y escultor ausente… Te quise, quiero y querré en esta noche de Verano, en que todo y nada pasa… Nube, cual nube, me obligaste a suspirar, o rayo de moribunda Estrella…
Leí el Génesis, creación del Todo, en clave tergiversada…

Nunca fui por Ti, Amor, mas de las greñas trajiste el sistema planetario en el cual yo vivía sin siquiera dormir, ¿lo entiendes?

Por eso te llamo con tu nombre propio en el ocaso del entendimiento ajeno…


Cuando sepas aplacar las olas de tu frente de calizo mármol, hablaremos, si queda algo que decir… Mientras tanto, te Amo, quiero y llamo, ¡Décima! Y por tal motivo estas palabritas exprimidas, como merengue o ropa mojada; como perrito rascándose no las pulgas, sino Alma… Al fin y al cabo, eres muy “Tú”…

¿Sigues sin entender mis ojos de Paloma, de Gaviota, de Tórtolo, en el Umbral que llamas “Sombra”? ¿En eso que dices, “yo, “J”?

“Crueldad” serás… En Crueldad me convertiré…



J


¿Y cómo no rendirme ante diez Imperios como el alba?

Mano izquierda:
Meñique- Paris
Anular- Gran Bretaña
Cordial- New York
Índice-Buenos Aires
Pulgar- Atenas

Mano derecha:
Meñique- Egipto
Anular-Bohemia (República Checa)
Cordial: Moscú
Índice: Ciudad de México
Pulgar- Korea…

¿Cómo no caer de hinojos, desesperarse, querer comer cada una de esas pequeñas ciudades sitiadas por mis deseos… cómo, Décima (después de Calíope, Melpómene, Terpsícore, Erato, Clío, Thalía, Euterpe, Polimnia y Urania, digo…) cómo Tú te atreves con tu epidermis de lava a retrotraer mis labios de hielo? ¿Cómo no desearía, por una vez, a querer asimilarte en caliente Beso? ¿Cómo no querer alimentarme de tus uñas?


Entonces me pegaste como loca droga. Como “caballo” en mi letargo del Amor me despertaste: ni ayer ni hoy, sino más bien desde siempre, cuando te esperaba con antelación a las puertas del útero de una mañana o tarde de estío, ¡J!
Me recriminas que así no es, que no así, y yo aferrado a tus negaciones grandilocuentes y mentirosas: más Bella eres en cuanto más te engañas, y de paso me dejo arrastrar, por la marejada de tu escepticismo y soledad petrificada… ¡Déjate sólo caer, que yo te detendré!


Soles negros sobre blanca colina, así tus ojos… Borrasca tus pestañas (y yo bajo Ellas, ya de rodillas…)…
Postiza tu nariz, cual cúpula en la casa de Apolo…
Constelación dentro de labios como agujero negro (¡me traga, me ahogo! ¡Sálvame!).
Con cruel respeto la distancia aborrecible entre Tú y Yo; me dispongo a cruzar frontera, a riesgo de ser deportado…

Chichis Caderas y Muslos que son banquete visual, y yo que pago lo que sea, lo que sea, incluso la Salvación Eterna…

Te quiero completa, J: Mujer de abortos y amabilidades por igual; Mujer de Carne y Sueño; de Sangre y Sed para el Hemofílico en que gustosamente me convierto a cada portazo de tus “¡no!”; Mujer tan inasequible, tan lejana, tan añorada en la platea de un pasto dorado… “Lluvia”, “Astro”, “Luna ahíta de mordiscos, todos míos”, te llamo luego…

Te quise antes que lo supieras; callé antes que lo escucharas; y sí: ¡te tuve que espiar un poco! ¿Te ofende? Culpable de rojo Amor soy…

J: ¿me devuelves mis paraguas? Si sí, encájalos entonces en donde sabes: mi estipulado e irremediable Corazón; el mismo: a la hora del péndulo inexorable… Lo conoces…

Tuyo es… En cuanto lo reclames...

domingo, 15 de septiembre de 2019

Orgullo y Amor propio. Ensayo.




                                                                                         A los que he ofendido, ¡y a los que me faltan!


      
       Sólo se logra salir indemne de las injurias ajenas por mor de haberse infligido antes las propias: cuando ofensor y ofendido son de la misma carne –o bien, cuando el agente activo no es sino Fortuna: se observa entonces que orgullo y susceptibilidad menguan parejamente, sin probable menoscabo del amor propio, cosa que no sucede en quienes a sí mismos no se hubieren antes lastimado o reconocido como agentes de su propio mal, que al caso es lo mismo; gentes bien proclives a la ofensa ajena y al concomitante orgullo herido, incluso por la más banal nimiedad, pues reconocen e identifican con aquél último el amor propio, y por tanto padecen intestinos rencores con mayor ímpetu que los otros en caso de no desquitar oportunamente el agravio recibido; en caso contrario, subliman su venganza mediante exagerada e innecesaria crueldad; y si por trivialidades y asuntos baladíes se dan tan prontamente ofendidos, bien puede decirse de su coraza emocional que es bien enclenque (en caso de haberla), cual cascarón de huevo, que al primer contacto brusco vacía su parte más estimable, y bien pensado la alegoría da suficiente de sí para justipreciarlas como gente inmadura de psique y emociones, pero también del contacto con parte que más atañe: llamémosle “sí mismo” (a fin de destejerla por completo del “yo”, del “sujeto”, de la “conciencia”, de la “interioridad” o “subjetividad”, habríamos de quitarle a nuestro “sí mismo” el “mismo” y dejarlo sólo en “sí”, cuando no llevarlo hasta un “sí-no”, desnudándolo en su dualidad complementaria e incluso llevarlo a sus más dialécticos extremos… Nuestro “sí-no” apuntaría indefectiblemente entonces al Sino griego, como lo más propio y ajeno a la vez, y con ello daríamos el tan añorado salto a la Otredad, sin salirnos de nosotros mismos)…

       En cuanto a nuestro primer tipo, decíamos que ostenta una patente desvinculación de su amor propio respecto al orgullo y la acendrada susceptibilidad de un Heathcliff en virtud de los cuales éste es herido. ¿Cómo es posible semejante cosa en un mundo que nos hace creer precisamente lo contrario, que hipervalora al orgullo hasta el superlativo grado de la virtud; que a toda costa y medios fomenta la autoidolatría; que el ego de sus criaturas erguidas y cabialtas lo ha inflado con astuta pericia hasta alcanzar su propio tamaño? Diríamos antes “cultura” –en caso de no querer incurrir en un estúpido antropocentrismo en detrimento de los demás bellos seres con quienes compartimos “mundo”- : el más refinado producto del Homo Faber, que tan innegable y eficientemente lo sesgó del reino animal para colocarlo en variable número de casos en el bestial: la evolucionada mano que antaño blandiese la espada en busca de Gloria propia y extraña, que fuera usada para bendecir y persignarse en comunión con sus semejantes y el Creador del Todo –irónicamente fenecido por cornejas kafkianas- , que manejase con garbo y habilidad de sobra ora pincel, martillo o pluma y legase al género humano sus más bellas obras – y en virtud de las cuales la palabra “cultura” adquiere su significado más áureo, confundido en los tiempo que corren con la más grosera chatarra-… Esa misma mano del simio por antonomasia maneja con singular pericia el maldito aparato celular que no le va a la zaga en inteligencia, pues “teléfono inteligente” lo llama, y con el mismo no para de hacerse “selfies”: capturas de imagen de sí que ipso facto o la postre tergiversa a fin de halagar su vanidad: la era del progreso en su más puro estado…

       Pero cojamos nuevamente el cabo de nuestra pregunta inicial: ¿es posible el divorcio de orgullo y amor propio? No podría asegurar que tal cosa menguase al orgullo, pero sí que medra el amor propio, porque, ¿hay tribunal más acérrimo y terrible que aquél en que acusado, juez, fiscal, defensor, testigos y jurado sean uno y lo mismo como no sea el “sí mismo” de cada cual? Creo que ni siquiera el presidido por Minos, Radamantis y Éaco… Incluso cuando los más sepan sustraerse habilidosamente a los exhortos, exigencias y demandas de dicho tribunal y se sirvan de ellos para asearse el orto, viviendo perennemente cual fugitivos de sí, abandonándose a  una sociedad que como fiel amante los recibe siempre con los brazos abiertos…

       No nos confundamos:  en este Tribunal-Condición de emergencia del amor propio no debe advertirse esquizofrenia o trastorno de personalidad múltiple alguno –por más que el autor de estas líneas se tenga por “loco”, al menos a modo unamunista o platónico, y también se fíe más del alienado que del alienista-, si tomamos en cuenta lo que un peón de ajedrez es por lo que es: no hecho de este o aquel material, de tal tamaño o color o textura, sino cuáles sus funciones dentro del juego, en concordancia con Wittgenstein; luego entonces, aquí se trata de funciones intelectivas que unas veces indiciarán, sopesarán, corroborarán o desmentirán, emitirán veredicto, defenderán y apelarán a lo único que hace al caso: uno mismo (y diverso, según se ve). ¿Qué puñetas pinta aquí el orgullo y su dáimon, la susceptibilidad? El ujier del recinto los dejará plañendo en la escalinata; el Ego, psicopatología la más moderna, será huésped y no anfitrión en el proceso del “sí mismo”, y le será permitida la asistencia a riesgo propio: allí enrojecerá de vergüenza y muerto será en el acto (de hecho, será el único ejecutado a resueltas…).

       ¿Será que el Amor… el amor propio surja así como así del someterse uno al Tribunal de su conciencia? Aquí hay de nuevo qué discriminar… que dicha imagen, de puro relamida, nos impele a identificarnos con conciencia y nada más que conciencia, cuando al sentarnos en un momento de introspección y quietud en el banquillo de los acusados, al desnudo y sin tapujos, no somos conciencia –por más que estemos siendo conscientes-, aunque la tramoya sugiera lo contrario… ¿Qué somos en ese momento, lector audaz? ¿Qué eres tú en el oportuno momento en que de grado o por fuerza depones el lastre del orgullo, el ego, tu susceptibilidad y demás trapacerías y champurrados de los que no te es lícito echar mano, una vez colocas allí las posaderas?

       “Expósitos” me acude en primer lugar, con inclemente insistencia…


                                                                              *             *             *

      
Fue usanza de tiempos pretéritos el abandono de recién nacidos a escalas que fluctuaban según la sociedad en que esto ocurría, según permiten juzgar las instituciones que fueron creadas a fin de amparar al indefenso (que por sí mismo no se podía valer, y asegurarse la subsistencia):  en la India védica era práctica corriente; en la sociedad griega íbase más allá, frisando ya el infanticidio (Edipo, verbigracia, supera los lindes literarios, o bien “encarna” una práctica social muy bien estipulada); en la romana fueron creadas las primeras instituciones traducidas en Derecho, dado que al paterfamilias le reconocía, como agregatum de la potestas patria, el ius exponendi, es decir, el derecho de sacar fuera de la casa al hijo no deseado, y dejarlo allí para que pereciese o bien fuera recogido por quien se interesase; con el advenimiento del cristianismo (no de Cristo) se suaviza esta dramática realidad creando inclusas o casas de expósitos encargadas de amparar a las criaturas e identidad de los progenitores mediante un discreto torno en que aquéllas eran depositadas previo llamado de una campanilla; en la legislación española de 1921 se reconoce el derecho de cambiarse, muto proprio, el apellido “Expósito” que era frecuente endilgar al abandonado en las instituciones por otro que lo librase del escarnio social; también en Italia, de lengua romance, se echó mano de idéntico expediente con apellidos tales como Sposito, Esposto, Esposti, Degli-Esposti… En la literatura hállase bonita ilustración de lo que digo en la historia de Jean-Baptiste Grenouille, magistralmente contada por Süskind en su Das Pärfum…

       Causas y motivos de esto nos son tanto extrañas cuanto ajenas; empero, bien puede intuirse que un buen número de abandonos se efectuaron a fin de preservar el honor de las madres, y que no se hiciese de ellas pasto del oprobio: honor y orgullo en mancuerna, pues…

       De dicha voz latina la etimología nos dice que pertenece a la familia de palabras derivadas del verbo ponere, poner, de modo que ex-ponere es “poner fuera” (de la casa paterna); el “ex positus” era, por ende, el que era puesto fuera, esto es, el expuesto

       El “sí mismo” se expone ante sí “dentro de sí”…. Tratemos de abatir esta aparente anfibología.

       De los entes que tenemos alguna noticia cierta, es el “sí mismo” único capaz de diversificarse mediante un movimiento retroactivo conducente a un espacio que le pertenece en el más amplio sentido, llamado de distinta guisa en la historia de la filosofía: ora conciencia, ora interioridad, ora subjetividad, ora res cogitans, por mencionar unos cuantos… Este espacio (y tiempo), yuxtapuesto al otro ocupado por su materia física y la del resto de los entes con quienes comparte universo, es el genuino en que acontece su “estado de yecto” [en el Heidegger ‘existencialista’ no parece reconocerse esto, ya que “existir” (de “sistere”, estar, y el prefijo “ex”, fuera) supone un “fuera”, acaso de sí (lo contrario al “ensimismamiento” en que el “sí mismo” se hace presente a sí): de allí la dualidad inherente del Dasein, en tanto “ser en el mundo”; el ente del que aquí se trata y el “yecto” en que su esencialidad se posa no compete a un “fuera”, si bien dicho “fuera” tampoco es negado.. El que su existencia preceda a su esencia aquí poco importa, al tratarse aquí más bien de lo último); arrójase a sí dentro de sí, a fin de exponerse ante la pluralidad de que está compuesto, impelido quizá por el Corazón, que le reclama “cuita” y “cura” (“el corazón se preocupa, la cabeza se ocupa”, podríamos decir, pervirtiendo un tanto los acentos del filósofo Ortega…)…

       El “sí mismo” puede “escuchar”  sin palabras (corazón), más para entenderlo, ha menester de ellas (cabeza), contando en tal empresa con la diversificación que de sí hace en caso de no ser inexorable, pues allí acuden, como decíamos, una pléyade de gentes, que lo acusarán, defenderán, promoverán conciliábulo para sopesar pruebas a favor y en contra, testificarán y exculparán o defenderán según el caso… En virtud de este proceso interno podemos presumir del “sí mismo” que es el único ente (constatable) capaz de alcanzar cierto grado de conocimiento de sí… El “sí mismo” es el ente capaz de conocerse a sí mismo, sin máscaras (más propias de carnestolendas o sociedad…)...

       ¿Pero se conoce lo que se ama, o se ama lo que se conoce?, como bien apuntalaba Unamuno... ¿Precede el Amor al Conocimiento, o es más bien resultado de éste? E igual que Unamuno, no lo sé de cierto… ¿Tú qué piensas, lector amante de las vitales dicotomías… qué camino eliges?

       Un “sí mismo” quien sea, que experimenta este tipo de Amor, experimenta a su vez algún nivel de repulsión respecto al orgullo, máxime cuando el amor a sí viene a resueltas del conocimiento; cuando ha atravesado numerosos procesos internos que no lo han matado, pero que lo han hecho más fuerte, y se dice a sí mismo “sé quién soy”; en él, sensibilidad y susceptibilidad son dos estancos separados… Su acerada armadura no le impide saberse frágil, mas en su Hacer le va el Ser… En la “expositio” de sí le va no el abandono, sino su ganancia: elemento diferenciador del auténtico abandono, cuyos síntomas son el desmesurado orgullo y la susceptibilidad hipertrófica de que hablábamos al principio.

       Epílogo

       La enfermedad moral del filósofo contemporáneo se llama dogmatismo; si bien éste ha existido desde los albores mismos de la filosofía, nunca su virulencia fue mayor que en nuestro “ahora”: por tal motivo me concedí la libertad de tratar tópicos tan trillados, cuyas respuestas son divisa corriente y generalizada, como si fueran enteramente nuevos, a fin de sustraerme de tal peste. Creo haber fracasado en el intento…





martes, 10 de septiembre de 2019

Let' s do nothing at all.


Let’s do nothing at all:

 and stop talking to each other
and asking why we should do so;
stop thinking, and even breaking down
the miscommunication
between brain and heart;
stop blinking and softly
shut down our eyelids
and ‘see’ how the outer world
fades away;
stop moving without struggling
with the flow
and remain like the stone
into the river;
stop hearing those beats
from the chest,
from the skull;
stop smiling but
letting the soul smile;
stop breathing… stop breathing,
‘til not air, but Spirit,
go through us…
Let’s not being, and try instead
to merge into Nothingness
and feel like Nothingness does…
just feel… only feel...

Let`s do nothing at all.


Ashes to ashes.




Days pass away and are born
again and again:
endless cycle of the same
fugitive dusk and dawn

whereof no god seems
to be noticed, but men –only men:
forsaken creatures by Creator’s hand then
feel, and become insensitive Teens

in the amidst of a hidden Paradise
equally plenty of Love and Cruelty
-chiefly run by the latter and Beauty-
whose blackened fate tells the dice!

“For dust thou art,
and unto dust shalt thou return”,
remains into their hearts like thorn and burn
their clay-made being, falling apart!


domingo, 8 de septiembre de 2019

                                                                                                                  A Vania. Con Amor.

Suicidio.

Escuecen las heridas de la lucha: una, que empezó treinta años antes en el albor apenas de mi primera infancia que conjugada con un temperamento osado y ávido en saber dieron origen a éste que rema con su nombre, atisbo de la Nada tan próximo a ser barrido por el hálito del Universo y secuestrado por su ADN tan semejante al del Perro; a este abanico de calamidades, digo, que nada sabe ni cree y cuyo epitafio ha escrito por adelantado en dentellados versitos y otros estambres de británica hechura, o sea, texto;
al paria entre filósofos y maldito entre poetas:
santos de cera derretidos
en el umbral de su esencia
y llevados al histrionismo
producto más del pedo de las Musas
que de sus cantos:
Obsecuencia aborrecible;


Al fumador de opioides sueños
y alcohólico sin remedio;
amigo de los perros
plantas
prostitutas
y borrachos
y los vellos del antebrazo de la Noche

al que nada debe y nada teme
-nunca fue el caso ni de uno ni de otro-.
y silbando va por la Vida;
a esta Mecha en cuerpo de Dinamita
reproduciendo una y otra vez el "Big-Bang" dentro de sí
tras las tinieblas de sus pupilas...
Rombo, Criminal y Santo por igual.


                                                                             &&&

hízoseme entonces
del Aserreín del Odio
y la plasta blanda
del Amor:

por Manos ensortijadas
y llenas de cicatrices

ayuntándose por Gracia
del escupitajo...

                                                                             &&&

Creo recordar que en alguna de las brillantes novelas de Auster se habla de casos humanos en que o bien intencionalmente o debido a otras circunstancias privados son del contacto con Lenguaje y humanos en sus más verdes años,  pues tal fue Mr White, rompiéndole con ello la madre a las superfluas disputas académicas en relación al "Tractatus"
Retroceder alguna vez hasta el estado
prístino y feral
en que ni el mismo viento Austral
posaría el índice
y ser por fin alguien en la Vida;
dejar de porfiar contra amigos invisibles
en un estado
de petrificada adolescencia:
maromas del festín
y alimento de palomas:

"¿Por que Tiempo invertido
en libros de tinta
y pródigos en eructos?",
me digo

Tuve que haber
cambiado de Dealer.

Mis arrebatos de idiotismo
los llevo en las costuras
tal flash de cámara
o cosquilleo en la espina:
el más enjuto día
que jamás nadie haya vivido,
y largos a veces
como el luengo rostro del Insomnio;

putazo de Box Thai
agudo y tétrico
cual tétrica putada
o hueso roto
o coágulo en arteria

                                                                               &&&

(Cuando mi Cartal Astras
en esto era específica:

"¡sera asesino!;
morirá en la horca---"

maldita, maldita sea...

Creo haberme arrojado
a los brazos del Vacío
y que Atlas no carga al mundo
sino que adosado
flota con él
cual aquí es zozobra inmensa
en la inmensa Mar:
pues pensar podría Aquél
que nos sostenemos a una tabla
cuando es caso contrario:
que nos aterra sumergirnos
y a tabla endeble aferrarnos.

                                                                                &&&

Concupiscencia mentales
que dan origen a la Guerra
y huestes de Troya
y lloran sobre tratados de Paz
y fingen odiar al Hombre en su conjunto
mientras escrutan al Rey desnudo
que atraviesa al pueblo X...

El gatillo es un muslo femenino.

jueves, 16 de mayo de 2019

Teoría del Yo.


Y debajo de mí hubo más yo. Y encima, y a  izquierda y derecha.
Nada más que yo, ahí donde hui; donde pensaba no ser encontrado:,
y entre el océano y yo hubo más yo,
y entre las mujeres y yo hubo más yo,
y entre la ciencia y yo hubo más yo,
y más allá de las drogas había más yo,
y quizás la Muerte…

Cierra los ojos y habrás yo; ábrelos, y otro tanto tendrás…
rómpete los huesos
—haz rechinar los dientes—,
o muda de ropa, de sexo, de país, de religión
o partido político:
habrá yo allí donde mirares:
del otro lado del ojo.

Un grandísimo yo insignificado
que yace dormido, ebrio, vomitado,
sobre su propia diarrea,
y que en sus alucinaciones
busca sentido
y muletas.