viernes, 19 de noviembre de 2021

Sol.

 

Salió el sol: lívido,
convaleciente,
como de tisis herido,
de amarilla pus
desbordando el empíreo
anegando la tierra
saciando la Creación.
Pupila divina
ahíta de maledicencia
de Calamidad Anunciadora:
cariada sonrisa de la Muerte
que el cielo cruza
enfriando corazones,
agriando el calostro,
segando esperanzas.
¡Oh, salió el Sol
y yo le odio
y a él levanto el puño
(cerrado como mandíbula
de energúmeno)
y a él arrojo el esputo,
seguro de poder apagarlo!
Y en frenesí las aves todas
a él como flechas vuelan;
y los árboles al cielo
sus dedos artríticos
de ira y siglos levantan;
y los volcanes le vomitan
toda su negra bilis,
y de asco se desorbitan
los planetas en su rededor
para que al fin el sol
nunca más levante
ni se guarezca
o póstuma vida
prometa:
y su áureo orgullo
se vea trocado en tristeza.


miércoles, 4 de agosto de 2021

None.

El flujo de la Conciencia no puede ser predicho, prescrito por la teoría vigente ( los amagos se consumen en sí mismos), mucho menos por la Fenomenología y su lisiado método dialéctico.
Cada subjetividad que pueda llegar a un ritmo y nivel de expresividad y comunicabilidad relativa será tanto como la conquista de la superficie lunar para la autocognosis colectiva, pues mientras la Res Cogitans no se supere como concepción ontocognoscitiva, no hablaremos entonces de evolución, progreso antropológico.
De tanto mirar el abismo te conviertes en el puto abismo.
¿Qué es 'pensar'? ¿Qué?
¿Y si 'filosofar' debiera ser incluído en la lista de enfermedades mentales? ¿Y si la idiotez fuera un ente orgánico, identificable y originario?
El hegelianismo es unitario, cual terrorista con chaleco de explosivos, cual fuerza de la naturaleza ahíta de eructos y amenazas (que no 'amenazante')... Ni el mundillo prototípico de los hijos del patriarca Abraham fue tan ingenuo, tan dependiente de las plagas...
Y aguardar a la zozobra del buque herido, rojo de melancolía en el horizonte...
Dedicarnos al fin cada cual al flujo impredictible de la Consciencia... A los patrones todos Van Gogh que a cada preguntita estúpida se forma en su acuosa pupila,  inconmensurable cuerpo de líquida  estirpe, lacrimosa y mutante...
¡Que la Poesía se desprenda de la Técnica como el Loco de su camisa de fuerza! ¡Que el Verbo Primario nazca arropado con su pudor, con su aroma de vagina!

*Desde un mundo hiperracionalizado. 
Desde el mejor de los mundos imposibles.

jueves, 20 de mayo de 2021

Tener niños no es “afirmación de la vida”: es inmoral. ¿Niños? Mejor di “No”. Traducción de artículo.


https://aeon.co/essays/having-children-is-not-life-affirming-its-immoral?fbclid=IwAR2XmuURiDGpX5_qcCVGNrfcNo5qfHlaoigelIn_GDMVwNRxNnteK4cW_tI

Tener niños no es “afirmación de la vida”: es inmoral.
¿Niños? Mejor di “No”.
No te tienen que desagradar para ver los daños hechos al tenerlos.
Una problemática moral contra la procreación.

Por David Benatar[i].

Traducción, Philippe O. Lanada.



En 2006, publiqué un libro llamado “Mejor nunca haber llegado a ser”. Argumentaba que venir a la existencia supone siempre un daño serio. La gente no debería, bajo ninguna circunstancia, procrear: posición llamada “antinatalismo”. En respuesta, los lectores escribieron cartas de encarecimiento, apoyo, y desde luego, indignación. Pero también recibí este mensaje, el cual es la más punzante retroalimentación que he recibido:

“He sufrido horriblemente desde que era adolescente debido al tremendo bullying en la escuela, dejándome profundamente traumado, al punto que hube de abandonarla. Desgraciadamente, también tengo un aspecto horrible, y he sido juzgado, escarnecido, insultado, por ser “bastante feo”, incluso por uno que otro desconocido en la calle, lo cual sucede normalmente casi a diario. Me han dicho que soy la persona más fea que han visto. Es algo con lo que es muy difícil lidiar. Luego, para colmo, fui diagnosticado con una seria cardiopatía congénita cuando tenía sólo 18, y ahora a mis pocos veintes, padezco una grave falla cardiaca y una arritmia dañina que amenazan con matarme. Mi corazón ha estado a punto de pararse repetidas veces y me las tengo que ver con el miedo a una muerte repentina cada día de mi existencia. Me paraliza el miedo a la muerte, y la agonía y tormento de su inminencia es indescriptible. No me queda mucho tiempo y lo inevitable sobrevendrá pronto. Mi vida ha sido un verdadero infierno y ni siquiera sé ya qué pensar. Ciertamente, sentenciar a alguien a un mundo tal es el peor de todos los crímenes, y una violación moral grave. Si no fuera por el deseo egoísta de mis padres, no estaría  hoy aquí sufriendo lo que sufro sin razón alguna: podría haberme quedado esparcido en la paz absoluta de la “no-existencia”, pero estoy aquí viviendo esta tortura cotidiana”.

No se necesita ser “antinatalista” para conmoverse con estas palabras  (las cuales son citadas con autorización). Alguien podría sentirse inclinado a decir que la situación de quien me escribe es excepcional, la cual no debería conducirnos al antinatalismo. Sin embargo, el sufrimiento grave no es un fenómeno raro, y por ende, el antinatalismo es un punto de vista que, al menos, debería ser tomado seriamente y considerado con mente abierta.

La idea del antinatalismo no es nueva: ya en el “Edipo en Colono” de Sófocles, el coro declara que “no haber nacido es, lejos de toda consideración, lo mejor”. Una idea similar se encuentra en el Eclesiastés. En Oriente, tanto Hinduismo como Budismo tienen una visión negativa de la existencia (incluso si no tan a menudo llegan al extremo de oponerse a la procreación). Varios pensadores de tiempo ha también han reconocido cuán penetrante es el sufrimiento, lo que los ha explícitamente llevado a oponerse a la procreación: Schopenhauer podría ser el más famoso, pero otros incluyen a Peter Wessel Zapffe, Emil Cioran y Hermann Vetter.

El antinatalismo será sólo siempre una opinión minoritaria porque se opone al profundo instinto de tener hijos. Empero, es precisamente porque se yergue ante semejante antípoda que la gente dedicada al pensamiento debería detenerse y reflexionar en vez de rápidamente desecharlo por descabellado o malvado. No es nada de ello. Por supuesto que distorsiones de él, o intentos por imponerlo a la fuerza, bien que podrían ser peligrosos –aunque lo mismo es cierto para otros puntos de vista. Correctamente entendido, no es el antinatalismo, sino su opuesto, la idea peligrosa. Dada la suma de desgracia existente –concomitante al hecho de ser traído a la existencia-, sería mejor si no hubiese esa insoportable ligereza en “traer al ser”.

Pero incluso si la vida no consiste sólo en sufrimiento, llegar a la existencia puede todavía ser suficientemente dañino como para hacer mala la procreación. La vida es simplemente mucho peor de lo que mucha gente cree, y hay poderosos instintos que la afirman incluso cuando ésta es terrible. La gente podría estar viviendo vidas que siquiera eran valiosas de comenzar, sin percatarse que este fuera el caso.

La insinuación de que la vida es peor de lo que la mayoría de la gente cree es a menudo recibida con indignación. ¡Cómo puedo atreverme a decirles cuán pobre es la calidad de su vida! ¿Seguro que dicha calidad es tan buena como les parece? Dicho de otra forma, si su vida se siente como si tuviera más bien que mal, ¿cómo podrían en modo alguno estar equivocados?

Es curioso que la misma lógica sea raramente aplicada a aquellos que están deprimidos o a los suicidas. En este caso, la mayoría de los optimistas se orillan a pensar que las evaluaciones subjetivas pueden ser erróneas. Empero, si la calidad de vida puede ser subestimada, también puede estar sobreestimada. En efecto, a menos que uno supere la distinción entre lo mucho de bien y mal que una vida de hecho contiene y cuánto de cada cual alguien cree que contiene, se hace claro que la gente puede estar equivocada en cuanto a esto último. Tanto sobreestimación como subestimación de la calidad de vida son posibles, pero la evidencia empírica contra varios sesgos cognitivos, especialmente contra el sesgo optimista, sugiere que la sobreestimación es el yerro más común.

Considerando las cosas cuidadosamente, es obvio que debe haber más mal que bien. Y es así porque hay asimetrías empíricas entre las cosas buenas y malas. Los más terribles dolores, por ejemplo, son peores que buenos los mejores placeres. Si lo dudan, pregúntense –honestamente- si aceptarían un minuto de las peores torturas a cambio de un minuto o dos de las más grandes delicias. Y los dolores tienden a durar más que los placeres. Compárese la naturaleza fugaz de los placeres del gusto o sexual con el carácter duradero de un gran dolor. Hay padecimientos crónicos, de la espalda baja o articulaciones, por ejemplo, pero no hay tal cosa como placeres crónicos (una sensación duradera de satisfacción es posible, pero también lo es una de insatisfacción; ergo, la comparación no favorece la preponderancia de lo bueno).

Una lesión ocurre rápidamente, la recuperación es lenta. Un émbolo o proyectil puede derribarte en un instante –si no te matan, la recuperación será larga. El aprendizaje lleva toda una vida, pero puede ser borrado en un momento. La destrucción es más fácil que la construcción.

Tratándose de la satisfacción de los deseos, también las cosas se apilan ante nosotros. Muchos deseos nunca son satisfechos, y cuando lo son, es a menudo tras un largo periodo de insatisfacción. Tampoco la satisfacción dura, pues la satisfacción de un deseo lleva a un nuevo deseo –el cual necesita en sí mismo ser satisfecho en un momento futuro. Cuando se pueden cumplimentar los más básicos deseos de uno mismo, tales como el hambre, con cierta regularidad, deseos de más alto nivel surgen. Hay una noria y una escalera eléctrica de deseos.

En otras palabras, la vida es un estado de esfuerzo continuo. Tenemos que invertir esfuerzo para sustraernos al displacer –por ejemplo, evitar el dolor, calmar la sed, minimizar la frustración. En la ausencia de esfuerzo, el displacer sobreviene fácilmente, pues tal es el estado prístino.

Cuando las vidas prosiguen su curso así como prácticamente pueden proseguirlo, son mucho peores de lo que idealmente serían. Por ejemplo, conocimiento y entendimiento son cosas buenas. Pero los más cultivados y perspicaces entre nosotros saben y entienden excesivamente menos de lo que hay que saber y entender. Entonces, nuevamente, lo hacemos mal. Si la longevidad (en buen estado de salud)  es cosa buena, entonces, una vez más, nuestra condición es mucho peor de lo que idealmente podría ser. Una vida longeva de 90 años está mucho más cerca de los 10 o 20 años de lo que lo está  una de 10,000 o 20,000. Lo real (casi) siempre queda corto a lo ideal.

Los optimistas responden a estas observaciones con rostro valiente: arguyen que aunque ciertamente la vida contiene mucho de malo, las cosas malas son necesarias (de un modo u otro) para las cosas buenas. Sin dolor, no evitaríamos el daño físico; sin hambre, la comida no satisfaría; sin esfuerzo, no habría logro.

Pero la abundancia de cosas malas es claramente gratuita. ¿Es realmente necesario que los niños nazcan con anormalidades congénitas, que miles de personas sucumban a la inanición todos los días, y que el enfermo terminal padezca sus agonías? ¿Necesitamos realmente sufrir dolor para disfrutar placer?

Incluso si alguien piensa que se necesita el mal, acaso para mejor apreciar el bien, uno debe admitir que sería mejor si ese no fuera el caso. Es decir, la vida fuera mejor si pudiésemos tener bien sin mal. De este modo, nuestras vidas son mucho peores de lo que podrían ser. De nuevo, lo real es mucho peor que lo ideal.

Otra réplica optimista es sugerir que estoy planteando un estándar imposible. Según esta objeción es poco razonable sostener que nuestros logros intelectuales o esperanza de vida deban ser juzgados por estándares humanamente imposibles. Las vidas humanas deben ser ponderadas por estándares humanos, podrían argüir.

El problema es que este argumento confunde la cuestión de “¿Cuán buena una vida puede un ser humano razonablemente esperar?, con esta otra: “¿Qué tan buena es la vida humana?”. Es perfectamente razonable echar mano de estándares humanos para responder a la primera. Sin embargo, si nos interesa la segunda cuestión, no podemos responderla simplemente señalando que la vida humana es tan buena como es, lo cual es lo que el uso de estándares humanos implica (una analogía: dado que la esperanza de vida de un ratón en su ambiente natural es menos de un año, a un ratón de dos o tres años podría estarle yendo realmente bien –pero sólo a este ratón. No se sigue que a los ratones les vaya bien en dicho estándar de longevidad. Los ratones están, en este sentido, en peor situación que los humanos, como los humanos lo están respecto a las ballenas boreales).

Dado todo lo anterior, es difícil escapar a la conclusión que todas las vidas contienen más mal que bien, y que están más privadas de bien del que contienen. Empero, tal es la afirmación de la vida, que mucha gente no puede reconocer esto.

Una importante explicación para ello es que al deliberar sobre si sus vidas fueron dignas de haberse empezado, mucha gente de hecho (aunque típicamente de modo inconsciente) considera una cuestión distinta, a saber, si sus vidas son dignas de continuarse. Porque se imaginan a sí mismos no existiendo, su reflexión en la no existencia es con referencia a un yo que ya existe. Es entonces muy fácil deslizarse en la consideración de la pérdida de ese “yo”, que equivale a lo que es la muerte. Y dado el instinto vital, no es sorprendente que la gente llegue a la conclusión que la existencia es preferible.

Preguntar si sería mejor nunca haber existido no es lo mismo que preguntar si sería mejor morir. No hay interés en llegar a la existencia. Más lo hay, una vez uno existe, en no cesar de existir. Hay casos trágicos en el que el interés en continuar existiendo es suprimido, a menudo para poner fin a un insoportable sufrimiento. Sin embargo, si dijésemos que la vida de alguien no es digna de continuar, las cosas malas de la vida necesitarían ciertamente ser suficientemente malas para anular el interés en no morir. En contraste, porque no hay interés en venir a la existencia, tampoco lo hay en que las cosas malas necesiten suprimir, al punto en que digamos que sería mejor no crear la vida. Entonces, la calidad de una vida debe ser peor para que una vida no sea digna de ser continuada de lo que necesita ser para que no sea digna de ser comenzada (Este tipo de fenómeno no es extraño: una obra en el teatro, por ejemplo, puede no ser suficientemente mala como para irse, pero si supieras por adelantado que sería tan mala como es, no habrías asistido por principio de cuentas).

La diferencia entre una vida que no es digna de empezarse y otra que no es digna de continuarse parcialmente explica por qué el antinatalismo no implica suicidio o asesinato. Puede ser el caso que la vida de alguien no fuera digna de comenzarse sin ser el caso de que esta misma vida no fuera digna de continuarse. Si la calidad de vida de alguien no es suficientemente mala como para anular el interés en no morir, entonces su vida es aún digna de continuarse, aunque los presentes y futuros daños son suficientes para que sea el caso que dicha vida no fuera digna de haberse comenzado. Además, dado que la muerte es mala, aun cuando haga cesar todas las cosas malas anteriormente consideradas, es una consideración contra la procreación – así como contra el asesinato y suicidio.

Hay razones adicionales por las que un antinatalista debería oponerse al asesinato. Una de éstas es que una persona no debería forzar en otra (competente) la decisión de si la vida de esta última ha cesado de ser digna de continuarse. Porque nadie puede tener la certeza sobre este asunto, tal decisión debería, en la medida de lo posible, ser tomada y llevarse a cabo por la persona que bien viviría o moriría en consecuencia.

La confusión entre comenzar una vida y continuarla no es el único modo en que la afirmación de la Vida obnubila la habilidad de la gente para ver que aquélla contiene más mal que bien. Tener niños es visto como una de las más profundas y satisfactorias experiencias que se pueden tener –aunque arduo trabajo, desde luego. Muchos lo hacen, por razones biológicas, culturales, o por amor. Dado cuán gratificante y ampliamente extendida es la procreación, es realmente difícil que la gente la vea como algo equívoco.

La problemática moral contra la procreación, a favor del cual he estado argumentando, no necesita descansar en el punto de vista de que venir a la existencia es peor que nunca haber existido. Basta mostrar que el riesgo de un daño serio es alto.

Si crees como mucha gente que la muerte es un daño serio, entonces el riesgo de sufrir semejante calamidad es cien por ciento seguro. La muerte es el destino de todo aquél que llega a la existencia. Cuando concibes un hijo, es sólo cuestión de tiempo para que la última calamidad caiga sobre él. A mucha gente, al menos en tiempos y lugares en que la tasa de mortalidad infantil es baja, se les ahorra atestiguar esta terrible consecuencia de su reproducción: esto podría aislarlos del horror, pero deberían saber, sin embargo, que todo nacimiento es sólo una muerte en potencia.

Algunos desearían seguir a los epicúreos y negar que la muerte sea per sé  algo malo. Empero, incluso descontando la muerte en sí –no poca hazaña-, hay un amplio rango de terribles destinos que pueden caer sobre cualquier niño traído a la existencia: inanición, violación, abuso, asalto, enfermedades mentales graves, enfermedades infecciosas, cáncer, parálisis. Esto produce una ingente cantidad de sufrimiento antes que la persona muera. Los padres prospectos imponen estos riesgos en los niños que eventualmente crean.

La magnitud del riesgo obviamente varía, dependiendo en factores tales como la ubicación temporal y geográfica, el sexo. Incluso controlando estas variables, los riesgos en el lapso de vida son difíciles de cuantificar. Por ejemplo, la violación es significativamente subreportada, y hay datos contradictorios acerca de  cuán poco lo es. De modo similar, los estudios sobre enfermedades mentales tales como desórdenes por depresión grave a menudo subestiman el riesgo en el ciclo vital, en parte porque los sujetos de estudio todavía no han experimentado la depresión que más tarde les afectará. Incluso si tomamos las estimaciones más bajas en el cúmulo de riesgos de todas las distintas desgracias que pueden caer sobre la gente, las probabilidades de éstas se acumulan profundamente contra cualquier niño. Los riesgos sólo del cáncer son substanciales: en el Reino Unido, un brutal 50% desarrollará la enfermedad. Si la gente impusiera tales riesgos de los susodichos daños en contextos ajenos a la procreación, sería ampliamente condenada. Los mismos estándares deberían ser aplicables a la procreación.

Todos los anteriores argumentos critican la procreación sobre la base de lo que ésta hace a la persona que es traída a la existencia: a estos llamo argumentos “filantrópicos” a favor del antinatalismo; hay también un argumento “misantrópico”. Lo que es distintivo de éste es que critica la procreación sobre la base del daño que la persona creada (probablemente)   hará. Es presumiblemente equívoco crear nuevos seres que probablemente causarán un daño significativo a otros.

El Homo Sapiens es la especie más destructiva, y grandes cuotas de tal destrucción son infligidas sobre otros humanos. Los humanos se han matado unos a otros desde el origen de la especie, pero el nivel (no la medida) del asesinato se ha expandido (no menos porque ahora haya muchos más humanos que matar de los que hubo en casi toda la historia humana). Los medios a través de los cuales los humanos han sido asesinados han sido lamentablemente diversos: incluyen apuñalamiento, descuartizamiento, flagelación, ahorcamiento, cámaras de gas, envenenamiento, ahogamiento, bombardeos. También han hecho conocer a sus semejantes otros horrores: persecución, opresión, palizas, marcas con hierro al rojo vivo, mutilaciones, tormento y tortura, violación, secuestro y esclavitud.

Los optimistas arguyen que los futuros niños improbablemente pueden contarse entre los perpetradores de semejante mal, y esto es cierto: sólo una pequeña proporción de ellos se convertirán en autores de las peores barbaridades contra la humanidad. Sin embargo, una mucho más significativa proporción facilita tales males: persecución y opresión a menudo requieren la aquiescencia o complicidad de una multitud.

En cualquier suceso, el daño que los humanos ejercen sobre otros no queda restringido a las más serias violaciones a los derechos humanos. La vida cotidiana está llena de deshonestidad, traición, negligencia, crueldad, daño emocional, intolerancia, explotación, ruptura de confianza, violación de privacidad. Incluso cuando lo anterior no mate o físicamente lastime, puede causar considerable daño psicológico o de otro tipo. De tales daños, todo mundo es, en grado variable, perpetrador.

Aquellos que no están convencidos acerca del daño que un niño promedio puede infligir en otros es suficiente para apoyar la conclusión antinatalista, tendrán que estimar el inmenso daño que el género infiere a los animales. Más de 63 billones de animales terrestres y, en cálculos muy conservadores, más de 103 billones de acuáticos son asesinados para consumo humano cada año. La cantidad de muerte y sufrimiento es simplemente asombrosa.

Todo esto debido al humano apetito por la carne animal y sus productos: apetito compartido por la vasta mayoría de humanos. Valiéndonos de estimaciones muy conservadoras, cada humano (que no es vegetariano ni vegano) es, en promedio, responsable de la muerte de 27 animales al año, o 1690 animales durante el transcurso de una vida.

Quizá pienses que criando niños veganos puedes soslayar el alcance del argumento misantrópico. Empero, cada recién nacido, incluso si fuese vegano, es muy proclive a contribuir a la degradación medioambiental, uno de los medios por los cuales los humanos dañan a otros humanos y animales. En el primer mundo, la contribución per cápita al daño medioambiental es considerable; mucho más baja es en el tercer mundo, pero las más altas tasas de natalidad allí equilibran el ahorro per cápita.

Si alguna otra especie causase tanto daño como la humana, pensaríamos que fuera un yerro la crianza de nuevos miembros de dicha especie. La crianza de humanos debería considerarse bajo el mismo criterio.

Esto no implica que deberíamos dar un paso más allá e intentar la erradicación humana a través de una “solución final” sobre toda la especie. Aunque los humanos sean enormementedestructivos, intentar su erradicación causaría un daño considerable, amén de violar apropiadas prohibiciones de asesinato. Podría a su vez ser contraproducente, causando más daño del que busca evitar, como muchos violentos utopistas han hecho.

El argumento misantrópico no niega que los humanos pueden hacer el bien además de causar daño. Sin embargo, dado el volumen de daño, parece improbable que el bien lo balance. Podría haber casos individuales que hacen más bien que mal, pero dados los incentivos de auto decepción en este respecto, las parejas que están contemplando la procreación deberían ser extraordinariamente escépticas de que el niño que procreen será una rara excepción.

Tal como aquellos que buscan compañía animal deberían adoptar un perro o gato abandonados en vez de criar nuevos, aquellos que quisiesen criar un niño deberían adoptar en vez de procrear. Desde luego, no hay suficientes expósitos para satisfacer a quienes anhelan la paternidad, y hubiera incluso menos si aquellos que los producen adoptasen el antinatalismo de corazón. Sin embargo, siempre y cuando los haya, su sola existencia es razón adicional contra quienes prefiriesen criarlos.

La crianza, ya como descendencia biológica o por adopción, puede traer satisfacción. Si el número de criaturas abandonadas llegase alguna vez a cero, el antinatalismo implicaría la privación de este beneficio a aquellos que aceptasen la prohibición moral de procrear. Eso no significa que debamos rechazarlo. La recompensa de volverse padre no compensa el serio daño que la procreación podrá causar en otros.

La cuestión no es si los humanos se extinguirán, sino cuándo. Si los argumentos antinatalistas son correctos, sería mejor, de marchar según lo previsto, que sucediese más pronto que tarde, pues, de ser así, más sufrimiento y desgracia serán evitados.

 



  






[i] David Benatar es profesor de filosofía y jefe de dicho departamento en la Universidad de Ciudad del Cabo, Sudáfrica, donde también dirige el Centro de Bioética; su último libro es “The human predicament: a candid guide to life’s biggest question”, 2017 (“El predicamento humano: guía honesta para la cuestión más grande de la vida”, aún sin traducción al castellano, nota del traductor).


sábado, 15 de mayo de 2021

Salvar.

 



El magma de mis venas es azul y constante,
el “runrún” en la azotea, un moroso inquilino
al que voy incorporando a la familia…

Aterrizó cual meteoro, extinguiendo criaturas
sin cesar; como avión sin motores;
aterrizó lo hórrido, la catástrofe:

la Tierra verde se cubrió de “¡ahyes!”,
de blasfemia, de tremor, y hasta piedras murieron…
Todo fue fulminado: la alada filosofía,

la Ciencia del Amor; los soplos, retenidos:
Murió la Vida; no hay nada qué hacer…
Salvemos lo que se pueda: a la Cucaracha suspicaz,

al Caballo parlante y sabio, cables del tejado,
gente que cuelga del tendedero y no vemos
(porque los sentidos engañan, o el Juicio),

salvemos lo que se pueda, ¡oh!,
salvemos lo que carece de nombre,
y que aún nos espera con ojos vidriosos, de perro…

La hora.

 

¿Qué fuerzas plutónicas, uránicas, radioactivas al rojo te poseen,
Corazón de hielo, planta o arcilla? Hombre modelado,
artesanal e insignificante… No fue la Noche,
la críptica bóveda que los secretos esconde;
No fueron dioses, sino Legión lo que en tu nariz sopló…
Y fuiste carne y gélida frustración… Agonía en el Tiempo…

¿Cuándo el botón fue apretado, cuándo el anafre y sus famélicas chispas
incineraron, o quisieron hacerlo,  tu piel de seda?
¿En qué momento la Tragedia te acorraló y adoptó y acostó contigo?
Ah, ¡cómo, con tu alma prostituta, te dejaste seducir!
El tejido sideral nunca te fue suficiente, y temblabas en su cobijo,
lo sé… Buscaste diamantes en la mugre de las manos anónimas,

oro en la mierda, Ambrosía en comida grasienta, Amor…
Por eso yaces acribillado, lamentándote y en letanía…
Por eso arrancas de cuajo mechones de tu cabeza;
por eso hablas el idioma de los animales, de los minerales…
Por eso la música triste y la inútil búsqueda  de Dios…

¡Oh, si al menos la Poesía fuera de nueve milímetros!
Y el dolor mínimo, y el pecho más grande,
y la Galaxia más lejana, y las piedras bajo tus pies fundidas…
La hora fatal llegó sin anunciarse: la hora del desengaño,
la hora criminal, de la gnosis, del asesinato…
La hora que saciará la sed…

                                                                 *************


 El Sol y su pecho desnudo; la jeta azul, borrascosa del Horizonte…
la mano morena del ocaso; el gesto fatal de la nube,
de la Mariposa que cual Hermes anuncia el Destino…
Todo me es de alguna manera nefando: el patíbulo rehuirá…

El Subjuntivo no sangra: es papel, es promesa traicionada…
El maremágnum persiste, sin embargo: me ahogará, lamerá,
follará… La escena será catártica, inmaculada y epopéyica…
El momento ha llegado…

domingo, 9 de mayo de 2021

El Fachas....

 

Fachas,  nueve  de mayo, dos mil veintiuno,
historia de una adopción,
o de una “redención”.

Querría hacer esta pequeña historia sin la plaga de las referencias, sin las citas eruditas, libre de polvo y paja, como quien dice… Pero me es difícil no citar la enfermedad metafísica, la enfermedad cultural que nos corroe, que por el desagüe de la “civilización” deja escuchar su “guruguru” tan constante, tan acuciante… Querría no apelar al Génesis, a Descartes, a Dostoyevsky o a Niestzsche, e incluso a muchos otros, encargados que fueron de ser como faros en medio de la tempestad, de esta “humanidad” podrida (yo incluyéndome)… Lo haré al final de cualquier manera: porque este escrito no se trata de lo que sé o no (que es casi todo); tampoco de moralizar (qué hueva, que cada uno se haga cargo), ¿o de reformar  a esta sociedad de pacotilla, de mentiras e inmundicia? Porque lo es, aunque aparente (cual su natura) lo contrario…
Esto va sobre el rescate animal; va sobre cierta experiencia colectiva: cierto logro, cierta forma solidaria y apolítica en donde las cosas se logran en comunidad, en donde es “sí o sí”, con un par de huevos…
Esto va sobre mis vecin@s y yo, pero sobre todo, del “Fachas”…

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Vas caminando y casi todo te es indiferente: los postes, semáforos, pandemia, restaurantes con comensales, el día con su sol y el sol con su “rotación” con sus áureos gestos de malcogidada  y sus prisas que se expresa en sudorosas jetas, en sobacos al aire  y gente que le vale un p*to lo que sucede, y está bien, pero te vienen a la parada del camión a olfatear el dorso de la mano, primero con timidez, luego con algo de certeza… ¿Y qué haces? ¿Lo pateas, lo ahuyentas, igual que todos? No puedes… Te pide algo, muy a su manera…Tal vez agua…  Y todos vamos podridos por lo que fuera; y nadie quiere saber de nada, y menos de un pinche perro “de la calle”…
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Así que Él, el despreciado de la sociedad y de la puta vida, “se va por ahí”, relegando tras sus pasos y también con sus pulgas y hedor  lo que nos toca como “humanidad”; se sacude el polvo como puede (porque ya no); se rasca antes de atravesarse la avenida, y quizás añore un coche que a velocidad de Schumacher le pase encima y todo se acabe, pero se la juega, con todo… Sólo para llegar a otro vecindario más, a otra colonia, porque allí hay otra perra en celo, aún cuando de semen y médula tenga menos que fuerzas para caminar; que escupido, injuriado y aderezado de patadas haya vivido doce o catorce años… Pero allí va, rengueando y sin precaución, porque la vida ya poco le importa, porque al fin y al cabo, lleva doce o catorce años haciéndolo (¿llevará la cuenta?)…
                                                                              +++++++++++++++++++++++

Mientras que tú, o tú, o tú, o yo (bueno, yo no, porque trabajo en casa y por eso escribo esto), vamos corriendo porque si no, nos descuentan el vale de la puntualidad, ¿y un pinche perro qué? ¿una mierda “moviente” antes que “sintiente” que se te acerca a ver si le das agua, aun cuando te lo comunique con lo único que puede: los ojos vidriosos y la lengua colgando y la cola normalmente entre las nalgas medio agitándose? ¿de verdad hay que pasar de largo? ¿De verdad somos tan “sentimentales”, tan “sentimentaloides”? ¿De verdad la Compasión –María Zambrano, Schopenhauer y más- nos es ya cosa tan desconocida?
Lo veo, y me querría hablar –tal vez, o mejor, seguramente, para mentarme mi madre- pero no puede: se remite a sacarme la lengua seca, a infructuosamente sacarse las lagañas con las patas, pero no a aullar como yo con mi patético sentimiento que él me inspira… Y se atraviesa el arroyo vehicular, y algunos se pararán otros “normalmente” no… Pero Fachas, como le puse, como otros y yo le pusimos, se la rifará, y la mayoría de automovilistas le cederán el paso cansado y puteado y arrastrado de esta pinche vida, y así sucio y escupido llegará a las calles de colonia Observatorio…
                                               ************************************
Fachas ronca ahora mismo, porque no lo ha hecho en años: dormir en la calle es, como bien sabe, una mierda… Fachas ahora mismo sueña, tal vez, con el genocidio, con la “solución final”, con “gasear” al género humano y que deje de una jodida vez de putear al Paraíso, porque los nombres ya fueron: perro es perro, planta es planta, estrella es estrella, musgo es musgo, pero el Cuidado de tal Jardín no fue dicho, y Fachas sigue, como todas las bellas criaturas de la Tierra, esperando (¿qué más hará un animalito), esperando, a ver cuándo “el hecho a su imagen y semejanza”, se hará cargo, mientras ve su celular y se espanta del ecocidio que ya nos deja sentir el ahlito en la nuca…
                                                               *****************************
¿Por qué Nietzsche, el filósofo más lúcido y brillante después de Platón (desde mi particular punto de vista), abrazó poco antes de su “locura” al caballo, y con lágrimas le pidió perdón?
Fue en el siglo diecinueve, como se sabe; fue en un siglo europeo muy restringido con las costumbres, al punto que se le vio como un “loco”
Ahora no nos lo parece, a menos que veamos, que querramos ver la escena completa:
La metafísica precedente, a partir de René Descartes, dudó de todo aquello que no era “certeza”, y de allí el famoso silogismo de “si dudo es porque pienso, y si pienso es porque existo”, fundando un nuevo horizonte de pensamiento al establecer el gran “YO” cultural, y la división “SULETO-OBJETO” todo ello en detrimento de los demás, puesto que si podemos epistémicamente dudar si el barrendero es o no es un uniforme con escoba pero sin nada dentro (leer “Meditaciones metafísicas”, una, una, de las grandes obras de Descartes), también perfectamente podemos dudar de si el perro o gato o caballo sienten placer o dolor… Y Creo que ni Protágoras fue tan lejos en la Grecia ilustrada, con aquello de que “el Hombre es la medida de las cosas, de las que son en cuanto son y de las que no en cuanto no”… Creo que la Ciencia es estúpida, al declarar hace poco a los animales como “seres sintientes”… Creo a veces que la Ciencia, con mayúsculas, es una pendejada: parece querer ocupar el lugar judeocristriano que previamente defenestró, es decir, el de la Fe… Pero ya estoy proponiendo un berenjenal…
A Fachas como a muchos animalitos y a la Naturaleza se les ha puteado por mor de la lógica enferma de la Cultura y el Capitalismo, y ya lo dije…. No sé si lo podré explicar con suficiencia, sólo sé que éste no es el lugar ni el momento….
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Fachas es un perrito, una criatura sin Creador quizás, que vive en nuestra urbes como muchos, al techo del desamparo, y es nuestra puta OBLIGACIÓN solucionarlo.
El débil debe ser protegido, y eso no lo va hacer ningún culero político; eso lo tenemos que hacer como “sociedad” si es que lo somos…
El género humano no es el “amo y señor de la Tierra”…
Se nos prestó, y no hemos sabido cómo llevarlo a cabo…
Es por eso que un Perro deviene en símbolo: del cuidado, del Amor y atención a que hemos venido… no les debemos ningún favor: Ellos nos hacen del favor de recordar quiénes somos, vecinos, amigos, y hermanos… Son ellos quienes están aquí para medirnos nuestro grado de mierdés o de bondad… Ya basta de hacernos pendejos…
Fachas es como muchos de la sociedad: un marginado, un “outsider” (bueno, eso es más “humano”…)…
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Nuestra culera enfermedad metafísica se resume en esto: “lo que no soy yo es objeto”…. Vaya logro intelectual, cultural, civilizatorio : constatar que “Ellos” son seres “sintientes”… ¿de verdad hay alguien que crea en tamaña pendejada? Despertemos al filósofo del “pesimismo””, que fue Schopenhauer, Arthur Schopenhauer, como si dijéramos Séneca, para que nos vomite encima… Cuando él en siglo diecinueve ya decía que el animal era inteligente… Rompió desde sus costuras a nuestro ridículo concepto de ser “únicos, hechos a imagen y semejanza”…
Y aún diría más, mucho más…
Sólo estoy furioso, emputado, por el maltrato animal y lo que sigue de ello: por todo aquello por lo que de momento no puedo pelear…

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¿Por qué Nietzsche lloró ante el caballo? No sé… Mucha literatura al respecto, amable lector; a mí sólo me atañe el fachas…
Lloremos, sí, por los que dependen de nosotros, pero no es suficiente…
“Hagamos”, pues, “hagamos”…. Y no sigamos preguntándonos, o esperando a algún imbécil del partido, “¿qué hay que hacer?”… ¿Qué hueva?...

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Lo más importante: rescatar a Fachas no fue una labor solitaria, sino de vecinos generosos y empáticos: yo solo jamás hubiera podido...
Ha sido una labor comunitaria para ayudar al más débil: quienes están privados del lenguaje humano: ¡pero humanas los habemos!