miércoles, 4 de diciembre de 2019

"El asesinato de Hipatia de Alejandría". Traducción de artículo.


El asesinato de Hipatia.
Una lucha sobre todas las cosas visibles e invisibles, desplegando magia práctica, imperio, y hombres terribles.

Por Soraya Field Fiorio.


Traducción: Philippe O. Lanada.



 Al claro de una mañana de primavera del año 415 D.C., en la ciudad de Alejandría –epicentro intelectual del decadente imperio romano-, Hipatia, filósofa pagana, era asesinada por una turbamulta de hombres cristianos. Estos hombres, llamados “parabolanos”, conformaban una milicia voluntaria de monjes cuyo desempeño de esbirros estaba al servicio del arzobispo. Su comando esencial era el socorro de muertos y moribundos, pero podían ser más fácilmente encontrados aterrorizando grupos cristianos antagónicos o arrasando templos paganos. A instancias de Cirilo, obispo de Alejandría, habían ya destruido los remanentes de la otrora famosa biblioteca de la ciudad. Barrieron con templos, atacaron núcleos judíos, estropearon piezas maestras de arte clásico que consideraban “demoniacas”, mutilándolas y luego derritiéndolas para extraer el oro. Y entonces posaron sus ojos en la amada maestra de matemáticas y filosofía de la ciudad, cuyo rango social no iba a la zaga del de los hombres más importantes de allí. No entendiendo nada de su filosofía, llamáronla “bruja”. Extrajeron a la anciana maestra de su carruaje mientras daba un paseo, y la arrastraron dentro de un templo; fue desnudada, desollada con valvas dentadas de ostras, desmembrada, y sus restos con sorna exhibidos por las calles, para finalmente ser quemados en una parodia de sacrificio pagano.

La muerte de Hipatia marcó el fin del paganismo y el triunfo del cristianismo, acto final de una guerra centenaria librada por la nueva religión contra el mundo antiguo.

Nació Hipatia en torno al 355 dentro de la élite romana, educada por su prestigiado padre, el matemático Teón; viviría y trabajaría con él durante el resto de su vida. Una mujer dentro del circuito filosófico era una extravagancia en el mundo clásico, pero no excepción cuando alcanzaba reconocimiento en el campo de las ciencias y artes y era además hija de algún hombre conspicuo que no había procreado varones. Sin duda su sexo irritó a sus celosos adversarios cristianos, quienes estaban enfocados en restringir la influencia femenina. Empero, los hombres de su campo la respetaban, incluso ensalzaban ya al mencionar que no había necesidad que fuera un hombre. “Debido a la serenidad  y espontaneidad que había adquirido a resueltas del cultivo de su mente, aparecía constantemente en presencia de los magistrados”, escribía Sócrates Escolástico, coetáneo suyo en Constantinopla. “Tampoco se cohibía al acudir a las asambleas de los hombres. Pues todos admirábanla más en razón de su extraordinaria dignidad y virtud”.

Hipatia eclipsó a todos los estudiosos de su época con sus logros en matemáticas y filosofía. Alrededor del  400 se puso a la cabeza de la escuela platónica de Alejandría, donde enseñó a jóvenes ricos (todos sus estudiantes fueron varones), enviados desde los más recónditos lugares del Imperio para recibir la mejor educación que el dinero pudiese comprar. No había división religiosa en las escuelas de Alejandría; ella enseño igualmente a paganos y cristianos, haciendo aliados de ambos bandos. Fue cautelosa en cuanto a tomar posición en la lucha de poder entre la cristiandad y el mundo antiguo y adoptó un enfoque más trascendente hacía la espiritualidad. Sin mostrar aversión a la nueva religión, con muchos amigos cercanos ganando escalafones en la Iglesia, se veía a sí misma como filósofa y por tanto etiquetada como pagana; educación clásica y paganismo fueron íntimamente ligados. Amén la enseñanza, daría públicas conferencias cuyo quorum lo compondrían funcionarios de gobierno ávidos de su consejo en los asuntos del municipio: parte de una añeja tradición de políticos que consultaba a los filósofos a fin de gobernar. Fue aristocrática e influyente, mas su popularidad inspiraría fatal envidia al Obispo.

No fue tanto el logro más grande  de Hipatia y su escuela de Alejandría la introducción de nuevas ideas como el mantener viva la llama de la indagación filosófica  en un periodo que paulatinamente se oscurecía. Mientras que cristianos radicales destruían templos y quemaban libros heréticos, Hipatia escribía otros elucidando las cuestiones más abstrusas de Euclides y Ptolomeo para una comunidad más amplia de lectores, formato en boga por aquel entonces. Inventó el primer hidroscopio y astrolabio, así como un más eficiente método de división larga (uno al menos tan útil como podría esperarse por cuanto aún restringido por los numerales romanos). Habiendo vivido ochocientos años después de Platón, expuso conceptos primeramente introducidos en Atenas con material más nuevo proveniente de filósofos “místicos”, como Plotino. Llevó a sus pupilos a meditaciones tales como la naturaleza de la realidad, el concepto abstracto de que un ente –el Uno- existe indivisiblemente tras todas las realidades, y que el Universo emana de dicha fuente.

Para Hipatia, las matemáticas no eran una ciencia exacta basada en pruebas sino el mismo lenguaje sagrado del universo. A cuenta de Pitágoras, enseñaba que el cosmos estaba numéricamente ordenado, con la rotación planetaria en torno a sus órbitas correspondiendo a intervalos musicales y creando armonía en el espacio –“la música de las esferas”. La geometría era usada como herramienta meditativa para entender el dualismo materia-espíritu. La línea divisoria entre astronomía y astrología o matemáticas y magia en el mundo antiguo era más bien difusa; la asociación de Hipatia con las estrellas le fue suficiente a los líderes de la iglesia para acusarla de brujería; los obtusos parabolano, quienes nada entendían de matices filosóficos, tuvieron por cierto el rumor.

Como el concepto de autoritarismo teocrático empezase a echar raíces en una cultura previamente distinguida por el libre intercambio de ideas, el mismo espíritu de indagación que Hipatia adoptase amagaría a la Iglesia. Los primeros líderes cristianos consolidarían su poder político sujetando su autoridad a una rígida y literal interpretación de “las enseñanzas”  reconocidas. Hipatia, empero, incitaba la meditación personal dirigida a la naturaleza de lo real, y su filosofía no se ceñía a ninguna divinidad en particular. Su enfoque interno respecto a la espiritualidad entró en conflicto con el adoctrinamiento religioso de la Iglesia, basado en el conocimiento recibido de una fuente externa, donde la obediencia ciega a un poder superior era considerada virtud, mientras la actitud indagadora un vicio.

Hasta los años de Constantino, los romanos practicaron un sincretismo religioso: una mezcla variopinta de sistemas de creencias y deidades procedentes de las partes más distantes del Imperio. Cada individuo era libre de adorar a una plétora de  diferentes dioses y seguir ritos secretos de más de un culto mistérico. Esta asimilación espiritual acentuó un subrayado sentido de unidad, y a menudo dos o más deidades de culturas distintas se fusionaron en una nueva persona. El greco-egipcio dios Sérapis era uno de tales dioses, amalgama de Zeus y Osiris; patrón de Alejandría; su templo, el Serapeo, alojó los restos de la biblioteca de marras (el grueso del acervo fue destruido en un incendio hacia el 48 A.C.), salones de conferencias para profesores paganos como Hipatia, y urnas de otros dioses con estatuas hechas por los más grandes artistas del mundo clásico. Considerado una maravilla del mundo, el templo era uno de los dos más grandes bastiones de la cultura pagana en Alejandría; el otro, la misma Hipatia. A medida que el cristianismo ganaba terreno, cualquier vestigio de idolatría corría peligro.

Constantino desbrozó el camino para que el cristianismo se convierta en religión oficial un siglo antes de la muerte de Hipatia. Después de conquistar el Oriente y Occidente del imperio (área que abarca gran parte del moderno Medio oriente así como Europa y la costa norte de África), promovió concilios de obispos cristianos para institucionalizar la nueva fe, reestructurando la religión de un flojo y abigarrado entretejido con sectas a menudo en conflicto hacia una dogmática, intolerante máquina de terror. Aunque aclamado como Constantino el Grande, muchos de sus contemporáneos le mostraron una férrea oposición. Zósimo, simpatizante pagano del siglo VI, nos habla del carácter de Constantino:

“Ahora que todo el imperio había caído en manos de Constantino, él no conciliaba más su malvada disposición e inclinaciones viciosas, empero actuaba como le placía, sin control”.

Constantino asesinó a su propio hijo, el heredero al trono; enfadado con su mujer, la hirvió hasta la muerte en la bañera. De acuerdo con Zósimo, ningún ministro de culto pagano se hallaba dispuesto a purificarlo –“decíanle que no había ningún tipo de purificación que fuera suficiente para limpiarlo de semejantes atrocidades”-. Un ministro cristiano, sin embargo, al parecer le persuadió de que la nueva fe le absolvería de todos sus pecados. La cronología de Zósimo no es muy exacta –Constantino se había convertido al cristianismo antes de la muerte de la emperatriz-, pero su opinión, reveladora. No era amado por los romanos de cepa, quienes atribuían el declive del Imperio Romano a la eclosión del cristianismo. Habituados a la libre adoración, les horrorizaba que los mismos dioses que los habían protegido y bendecido por siglos fueran ahora maldecidos en tanto demonios.

El emperador aprobaba muchas leyes que constreñían al paganismo mientras reforzaba al cristianismo. Proscribió la magia y la adivinación –salvo para su propio uso (hizo presenciar a los augures para descifrar el significado de caída de relámpagos en los edificios imperiales). Esta prohibición pronto se convertiría en un problema para maestros como Hipatia debido a la creencia  que matemáticas y astronomía eran artes mágicas. El emperador exentó de impuestos a las iglesias, compensando el déficit mediante actos de pillaje en templos antiguos, fundiendo sus estatuas a fin de hacerse con los metales preciosos. En 325 convocó el Concilio de Nicea: primer intento de establecer la doctrina ortodoxa en la cristiandad: las facciones cristianas habían anteriormente predicado e interpretado su propia versión de los Evangelios. El Concilio encendió el debate entre ortodoxia y herejía, resultando en muchos textos vetados  de la versión oficial de la Biblia, a la postre destruidos. Las enseñanzas de Arrio, escritor protocristiano que negaba la naturaleza divina de Jesucristo, fueron quemadas, y cualquiera ocultando la posesión de sus textos, condenado a muerte; otros textos cristianos, incluyendo los recién descubiertos Manuscritos de Nag Hammadi y los Rollos del Mar Muerto, fueron ocultos durante este periodo con la esperanza de preservarlos. Escritos paganos fueron idénticamente vistos como heréticos, y suprimidos. El emperador  particularmente detestaba a Porfirio –“enemigo de la piedad”-, estudiante de Plotino y prolífico escritor. Toda su obra literaria fue destruida y en la actualidad existe sólo fragmentariamente.

En contraste con el sincretismo, Constantino defendió el monoteísmo y un dios que, celoso, supremo reinaba sobre todos los otros. La implicación era que también había menester de un solo gobernante sobre todos los demás: velada referencia a su esfuerzo de reunir a todo el Imperio bajo un solo trono. Él mismo compuso el Credo de Nicea, probablemente la más conocida declaración de un emperador romano: “Creemos en un Dios, Padre Todopoderoso, Creador del Cielo y de la Tierra”. El Credo establecía la manera correcta en que Dios había de ser entendido, poniendo en movimiento la persecución contra los cristianos que interpretasen la Escritura de modo distinto, así como de todos los paganos. Julián, sobrino suyo,” consideraba a su tío no como ‘el Grande’, sino como un criminal revolucionario que destruyó los valores religiosos tradicionales con el propósito de descargar su conciencia, un tirano con mentalidad de albañil”.

Durante los siguientes cincuenta años, los cristianos libraron luchas intestinas para establecer el control y definir el canon ortodoxo. Hipatia vino al mundo en este periodo, mientras el paganismo era aún capaz de mantener el equilibrio después de la muerte de Constantino y durante la pronta sucesión de emperadores que la siguieron: algunos de ellos más tolerantes con las prácticas tradicionales que otros. Este estado de cosas cambió cuando Teodosio I se convirtió en emperador hacia el 379; en el 380 declararía al cristianismo religión oficial. Repentinamente, la oficina del Obispo detentó poder a partes iguales con la del prefecto, responsable de mantener la ley y el orden como la más alta enmienda imperial. Obispos envalentonados incitaban a sus seguidores a reducir a escombros templos paganos y sinagogas judías. En Alejandría, el obispo Teófilo se granjeó el apoyo de los parabolanos.

La evidencia arqueológica de la destrucción de los monjes está extendida, abarcando igualmente el Oriente y Occidente del Imperio. El Código Teodosiano (datado en el 438) recuerda “el terror de los que eran llamados parabolanos”, y el historiógrafo Eunapio los llamó “hombres en apariencia pero que llevaban vida de puercos, quienes abiertamente hacían y permitían incontables e inenarrables crímenes”. El orador griego Libanio escribía al emperador Teodosio en el 386, quejándose de la brutalidad de los monjes:

“[los monjes] se apresuran a atacar los templos con palos, piedras y barras de acero… sigue completa desolación, con el levantamiento de techos, demolición de paredes, derrumbamiento de estatuas, derrocamiento de altares… los ministros [ministros paganos del santuario] deben bien guardar silencio o morir”.

El último líder de la Academia de Platón, Damascio, les llama “una muchedumbre de hombres bestiales –verdaderamente abominables- esos quienes no tienen en cuenta ni la venganza divina o el resarcimiento humano”.  Prácticamente solo en el apoyo de los parabolanos tenemos al obispo egipcio e historiador de la Iglesia Juan de Nikiû, quien afectuosamente los señala como “una multitud de creyentes en Dios”.

Fueron los monjes tamaña amenaza que en el 390 el emperador Teodosio los desterró al desierto, bastante lejos de templos y ciudades. El emperador también vetó el paganismo en el 390. Proscribió sacrificios y visitas a templos; abolió festividades paganas; y prohibió la brujería, la adivinación, y la práctica de rituales tradicionales incluso en la privacidad del hogar. Peor aún, autorizó la demolición de templos paganos y sitios sagrados hasta sus mismos cimientos. Aprovechando esta oportunidad estaba Teófilo, obispo de Alejandría, quien invocó a los parabolanos de su escondrijo en el desierto para que le ayudasen en el derrocamiento de los más reverenciados monumentos paganos: aniquilaron el Mitreo, templo sede del culto a todos los varones, dedicado al dios Mitra, el cual fuese popular entre los soldados; derribaron la estatua del dios Príapo, dios de la fertilidad representado por un gran falo (los primeros cristianos deploraban las alusiones sexuales –lujuriosas estatuas de Afrodita desnuda  tampoco salieron bien libradas-). El golpe de gracia de Teófilo llego en el 392, cuando sus secuaces arrasaron con el Serapeo, corazón de Alejandría. El templo, tan grande como la Acrópolis de Atenas, fue barrido hasta los cimientos, y sus imágenes, obras de arte y estatuas, fundidas en recipientes y otros utensilios para uso de la Iglesia. La destrucción supuso un golpe devastador a los filósofos paganos, muchos de los cuales abandonaron la ciudad, para nunca más escucharse de ellos. El cristianismo silenciaba todas las voces disidentes, y su victoria se haría absoluta con el inminente asesinato de Hipatia.

A la muerte de Teófilo en el 412, su sobrino Cirilo le sucedió como Obispo de Alejandría –aunque sólo después que los parabolanos derrotaran a los simpatizantes de su contendiente. Cirilo es recordado por los teólogos cristianos por sus escritos sobre la Encarnación, sus esfuerzos por unificar la naturaleza humana y divina de Jesucristo en un solo ser. Dichos intentos no llegaron muy lejos: entre sus primeros actos como Obispo figura la persecución de los novacianos, secta rival de los cristianos; tensó las relaciones entre cristianos y judíos, con violencia a resueltas en ambos bandos. La población judía de Alejandría, que había florecido desde tiempos de Alejandro Magno, fue desterrada de la ciudad mientras Cirilo clausuraba sinagogas.

Por este periodo, Alejandría recibía un nuevo prefecto, llamado Orestes. Cristiano moderado, estaba cortado de la misma tela que los estudiantes de Hipatia y los funcionarios de gobierno que a ella recurrían: rico y erudito, enlazaba  el antiguo mundo de pensamiento griego y el nuevo orden de la filosofía cristiana. Forjó una amistad cercana con Hipatia inmediatamente a su llegada a la ciudad –tenían probablemente amigos en común quienes facilitaron su encuentro-, y ella estuvo a la cabeza de su base de apoyo y consejeros.

Orestes desaprobó el violento extremismo de Cirilo y sintió que el obispo estaba invadiendo las responsabilidades civiles que mejor habían de delegarse a autoridades seculares como él. Cuando Cirilo expulsó a la población judía, Orestes estaba furioso y escribió una carta al Emperador quejándose de ello. Cirilo le pagó con la misma moneda. Su ominosa relación se intensificó, con ninguna de las partes dispuestas a ceder. Orestes dejó de asistir a las liturgias de Cirilo. Éste desesperó. En un no del todo sincero intento de reconciliación, Cirilo se presentó a Orestes con un Nuevo Testamento –la nueva versión, la ortodoxa-, y le pidió aceptase su verdad y resolvieran sus diferencias. Orestes tomó esto no como una tregua sino como un pretexto para públicamente demostrar su sumisión al obispo. Rehusóse.  

Cirilo, enervado, reaccionó  llamando a quinientos monjes del desierto de Nitria para acosar al prefecto. Los parabolanos rodearon a Orestes mientras cabalgaba por la ciudad y públicamente lo acusaron de paganismo; Orestes respondió que había sido bautizado por el obispo de Constantinopla. Uno de los monjes arrojó una piedra contra él, hiriendo gravemente su frente. Temerosos, sus guardias lo dejaron solo mientras sangraba,  pero una multitud de alejandrinos (probablemente cristianos moderados) acudieron pronto en su socorro y disiparon a los monjes, capturando al que lo hirió. Orestes lo sentenció a tortura; muriendo a consecuencia de ésta, Cirilo lo declaro mártir.

Escalaron las hostilidades. Durante los años 414-15, Orestes fundó su propio partido político. Fue respaldado por lo líderes judíos que permanecieron en la ciudad, funcionarios que eran cristianos moderados como él y la élite alejandrina, Hipatia incluida. Ella apoyaba la resistencia judía contra Cirilo y creía en un gobierno basado en el discurso civil en vez de uno en violencia; era amigable con los funcionarios que anhelaban su consejo y los deleitaba en su casa. Tenía aliados poderosos por todo el Imperio y un cúmulo de honores cívicos. Por el contrario, Cirilo no era querido, más bien repudiado. Encontrándose en un punto muerto, hirvió en celosa rabia en contra de Hipatia, viéndola como el obstáculo fundamental en su reconciliación con Orestes. La Suda, enciclopedia bizantina, nos dice:

“[Cirilo] estaba tan corroído de envidia que inmediatamente comenzó a urdir el asesinato de Hipatia del modo más abominable, por cierto”.

Cirilo dio pábulo al género de que Hipatia era una bruja que había hechizado a Orestes; su trabajo en astronomía, inseparable de la astrología, selló su destino. Juan de Nikiû hace eco de esta opinión:

“Y por aquel entonces apareció, allí en Alejandría, una filósofa, una pagana llamada Hipatia, que todo el tiempo estaba consagrada a la magia, astrolabios, instrumentos de música, y había encantado a muchos con sus satánicos artificios. Y el gobernante de la ciudad [Orestes] le honraba exageradamente, pues le había hechizado con su magia. Y había cesado de acudir a la iglesia, según su costumbre… Y no únicamente esto hizo, sino que le llevó muchos creyentes, y él mismo recibía a los impíos en su casa”.

La calumnia surtió el efecto deseado. Los parabolanos, llamando a la instruida y consumada mujer “bruja”, la emboscaron mientras viajaba por la ciudad, torturándola y asesinándola. No hay evidencia histórica que confirme a Cirilo autorizando su muerte de modo franco; pudo haber únicamente deseado volverle adverso el sentimiento público. Aunque no es ocioso notar que sus parabolanos llevaron a Hipatia al anterior templo de culto del emperador para torturarla, mismo que Cirilo había expoliado para sentar allí su cuartel. El acto se llevó a cabo ante sus ojos, y sus seguidores –azuzados por la reciente canonización del monje que había atacado a Orestes- no temieron que el Obispo condenara su crimen.

La vida intelectual de Alejandría, último santuario de la filosofía helenística, llegó a su fin  tras la muerte de Hipatia. La escuela alejandrina cerró sus puertas, y los filósofos que aún quedaban después de la destrucción del Serapeo, huyeron. Orestes desapareció sin dejar rastro, bien requerido de vuelta por el Emperador o escapando en pánico, pues correría la misma suerte que su amiga. Todos los escritos de Hipatia se perdieron, como parte de la trama de la Iglesia para reprimir el conocimiento herético. Bajo los siguientes siglos de administración eclesial, sólo se salvó el uno por ciento de los textos latinos y el diez por ciento de los griegos, suprimidos bien por destrucción intencional o negligencia. Tomaría siglos antes que las elevadas indagaciones filosóficas y matemáticas del mundo antiguo reaparecieran en la conciencia humana, hasta el Renacimiento. En cuanto a Cirilo, esperó por un castigo que nunca se suscitó. Como un tirón de orejas, su ejército de monjes fue reducido de ochocientos a quinientos por decreto imperial. Los parabolanos sobrevivieron a Cirilo, su reino de terror los llevo allende Alejandría, expandiendo su reputación como terroristas urbanos bajo los auspicios de la Iglesia. Los historiadores cristianos celebraron el asesinato de Hipatia equiparándolo con la destrucción del Serapeo por parte del tío de Cirilo: “Toda la gente rodeó al patriarca Cirilo llamándolo ‘el nuevo Teófilo’, pues destruyó los últimos vestigios de idolatría en la ciudad”. Cirilo fue venerado con el extraño título de <<Doctor de la Iglesia>>, y canonizado. Hipatia, olvidada del pensamiento occidental por espacio de mil cuatrocientos años.


Link al artículo original: https://www.laphamsquarterly.org/roundtable/killing-hypatia

Link al TED-talk, basado en este artículo: https://www.youtube.com/watch?v=n1mwZrVJ-TI

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