domingo, 16 de diciembre de 2018

Cuando el sentido se para de cabeza.



Sólo el ruido de la sangre palpitando en mis sienes, en esa galería tan parecida a la piel cetrina del cadáver rodeado de deudos ahogados en la fatuidad del silencio y las meditaciones corriendo como piojos famélicos: de puños crispados y mangas previamente humedecidas con acetosas lágrimas y su interior tan solidificado y mugriento: heme allí de pie, en esa atmósfera tan pervertida por la solemnidad y la blancura ígnea de sus dientes de escualo… frente a la “Composition en rouge, jaune, bleu et noir” de Mondrian, a escasos 50 centímetros, yo allí; más aquél sostenido únicamente del ángulo derecho en relación a nuestra apreciación “normal” de la obra, de modo que el tema central hace un rombo perfecto así como el cuadro negro contiguo, y el resto de las composiciones no desencaja a primera vista del conjunto y hasta llega a gustar, empero, algo en mí  hinca sus uñas, rasgándome desde dentro, y creo saber que, después de todo, aquello no puede ser sino un juego divertido… Un juego, por otra parte, demasiado fácil, si no se consideraran las inherentes posibilidades lúdicas de ésta, nuestra apreciación normal, y su estúpida manía de hacernos introducir la cabeza en el cuadro a condición de hacerlo desde su perspectiva de “cuadro”…

 Sólo el ruido palpitando en mis sienes en esa galería inmaculada hasta el punto de mostrar el enmierdadero subyacente a través de sus arterias marrones y dedos mojigatos, atascado en un juego de dados mental que había empezado ganando y a la sazón me habría ya costado tres cuartas partes de sentido común (cuyo cuerpo costroso hacía un sonido como de eructo de borracho al ser arrancado de su basamento encefálico y la baba que dejaba caer siendo levantado el de una jerga mojada): nadaba como en la fría placenta de la progenie planetaria, en esa gelatina, en esa expulsión de estornudo, en esa lama prístina y ubicua, y todo era como una sola cosa en medio del continente antártico…