domingo, 15 de septiembre de 2019

Orgullo y Amor propio. Ensayo.




                                                                                         A los que he ofendido, ¡y a los que me faltan!


      
       Sólo se logra salir indemne de las injurias ajenas por mor de haberse infligido antes las propias: cuando ofensor y ofendido son de la misma carne –o bien, cuando el agente activo no es sino Fortuna: se observa entonces que orgullo y susceptibilidad menguan parejamente, sin probable menoscabo del amor propio, cosa que no sucede en quienes a sí mismos no se hubieren antes lastimado o reconocido como agentes de su propio mal, que al caso es lo mismo; gentes bien proclives a la ofensa ajena y al concomitante orgullo herido, incluso por la más banal nimiedad, pues reconocen e identifican con aquél último el amor propio, y por tanto padecen intestinos rencores con mayor ímpetu que los otros en caso de no desquitar oportunamente el agravio recibido; en caso contrario, subliman su venganza mediante exagerada e innecesaria crueldad; y si por trivialidades y asuntos baladíes se dan tan prontamente ofendidos, bien puede decirse de su coraza emocional que es bien enclenque (en caso de haberla), cual cascarón de huevo, que al primer contacto brusco vacía su parte más estimable, y bien pensado la alegoría da suficiente de sí para justipreciarlas como gente inmadura de psique y emociones, pero también del contacto con parte que más atañe: llamémosle “sí mismo” (a fin de destejerla por completo del “yo”, del “sujeto”, de la “conciencia”, de la “interioridad” o “subjetividad”, habríamos de quitarle a nuestro “sí mismo” el “mismo” y dejarlo sólo en “sí”, cuando no llevarlo hasta un “sí-no”, desnudándolo en su dualidad complementaria e incluso llevarlo a sus más dialécticos extremos… Nuestro “sí-no” apuntaría indefectiblemente entonces al Sino griego, como lo más propio y ajeno a la vez, y con ello daríamos el tan añorado salto a la Otredad, sin salirnos de nosotros mismos)…

       En cuanto a nuestro primer tipo, decíamos que ostenta una patente desvinculación de su amor propio respecto al orgullo y la acendrada susceptibilidad de un Heathcliff en virtud de los cuales éste es herido. ¿Cómo es posible semejante cosa en un mundo que nos hace creer precisamente lo contrario, que hipervalora al orgullo hasta el superlativo grado de la virtud; que a toda costa y medios fomenta la autoidolatría; que el ego de sus criaturas erguidas y cabialtas lo ha inflado con astuta pericia hasta alcanzar su propio tamaño? Diríamos antes “cultura” –en caso de no querer incurrir en un estúpido antropocentrismo en detrimento de los demás bellos seres con quienes compartimos “mundo”- : el más refinado producto del Homo Faber, que tan innegable y eficientemente lo sesgó del reino animal para colocarlo en variable número de casos en el bestial: la evolucionada mano que antaño blandiese la espada en busca de Gloria propia y extraña, que fuera usada para bendecir y persignarse en comunión con sus semejantes y el Creador del Todo –irónicamente fenecido por cornejas kafkianas- , que manejase con garbo y habilidad de sobra ora pincel, martillo o pluma y legase al género humano sus más bellas obras – y en virtud de las cuales la palabra “cultura” adquiere su significado más áureo, confundido en los tiempo que corren con la más grosera chatarra-… Esa misma mano del simio por antonomasia maneja con singular pericia el maldito aparato celular que no le va a la zaga en inteligencia, pues “teléfono inteligente” lo llama, y con el mismo no para de hacerse “selfies”: capturas de imagen de sí que ipso facto o la postre tergiversa a fin de halagar su vanidad: la era del progreso en su más puro estado…

       Pero cojamos nuevamente el cabo de nuestra pregunta inicial: ¿es posible el divorcio de orgullo y amor propio? No podría asegurar que tal cosa menguase al orgullo, pero sí que medra el amor propio, porque, ¿hay tribunal más acérrimo y terrible que aquél en que acusado, juez, fiscal, defensor, testigos y jurado sean uno y lo mismo como no sea el “sí mismo” de cada cual? Creo que ni siquiera el presidido por Minos, Radamantis y Éaco… Incluso cuando los más sepan sustraerse habilidosamente a los exhortos, exigencias y demandas de dicho tribunal y se sirvan de ellos para asearse el orto, viviendo perennemente cual fugitivos de sí, abandonándose a  una sociedad que como fiel amante los recibe siempre con los brazos abiertos…

       No nos confundamos:  en este Tribunal-Condición de emergencia del amor propio no debe advertirse esquizofrenia o trastorno de personalidad múltiple alguno –por más que el autor de estas líneas se tenga por “loco”, al menos a modo unamunista o platónico, y también se fíe más del alienado que del alienista-, si tomamos en cuenta lo que un peón de ajedrez es por lo que es: no hecho de este o aquel material, de tal tamaño o color o textura, sino cuáles sus funciones dentro del juego, en concordancia con Wittgenstein; luego entonces, aquí se trata de funciones intelectivas que unas veces indiciarán, sopesarán, corroborarán o desmentirán, emitirán veredicto, defenderán y apelarán a lo único que hace al caso: uno mismo (y diverso, según se ve). ¿Qué puñetas pinta aquí el orgullo y su dáimon, la susceptibilidad? El ujier del recinto los dejará plañendo en la escalinata; el Ego, psicopatología la más moderna, será huésped y no anfitrión en el proceso del “sí mismo”, y le será permitida la asistencia a riesgo propio: allí enrojecerá de vergüenza y muerto será en el acto (de hecho, será el único ejecutado a resueltas…).

       ¿Será que el Amor… el amor propio surja así como así del someterse uno al Tribunal de su conciencia? Aquí hay de nuevo qué discriminar… que dicha imagen, de puro relamida, nos impele a identificarnos con conciencia y nada más que conciencia, cuando al sentarnos en un momento de introspección y quietud en el banquillo de los acusados, al desnudo y sin tapujos, no somos conciencia –por más que estemos siendo conscientes-, aunque la tramoya sugiera lo contrario… ¿Qué somos en ese momento, lector audaz? ¿Qué eres tú en el oportuno momento en que de grado o por fuerza depones el lastre del orgullo, el ego, tu susceptibilidad y demás trapacerías y champurrados de los que no te es lícito echar mano, una vez colocas allí las posaderas?

       “Expósitos” me acude en primer lugar, con inclemente insistencia…


                                                                              *             *             *

      
Fue usanza de tiempos pretéritos el abandono de recién nacidos a escalas que fluctuaban según la sociedad en que esto ocurría, según permiten juzgar las instituciones que fueron creadas a fin de amparar al indefenso (que por sí mismo no se podía valer, y asegurarse la subsistencia):  en la India védica era práctica corriente; en la sociedad griega íbase más allá, frisando ya el infanticidio (Edipo, verbigracia, supera los lindes literarios, o bien “encarna” una práctica social muy bien estipulada); en la romana fueron creadas las primeras instituciones traducidas en Derecho, dado que al paterfamilias le reconocía, como agregatum de la potestas patria, el ius exponendi, es decir, el derecho de sacar fuera de la casa al hijo no deseado, y dejarlo allí para que pereciese o bien fuera recogido por quien se interesase; con el advenimiento del cristianismo (no de Cristo) se suaviza esta dramática realidad creando inclusas o casas de expósitos encargadas de amparar a las criaturas e identidad de los progenitores mediante un discreto torno en que aquéllas eran depositadas previo llamado de una campanilla; en la legislación española de 1921 se reconoce el derecho de cambiarse, muto proprio, el apellido “Expósito” que era frecuente endilgar al abandonado en las instituciones por otro que lo librase del escarnio social; también en Italia, de lengua romance, se echó mano de idéntico expediente con apellidos tales como Sposito, Esposto, Esposti, Degli-Esposti… En la literatura hállase bonita ilustración de lo que digo en la historia de Jean-Baptiste Grenouille, magistralmente contada por Süskind en su Das Pärfum…

       Causas y motivos de esto nos son tanto extrañas cuanto ajenas; empero, bien puede intuirse que un buen número de abandonos se efectuaron a fin de preservar el honor de las madres, y que no se hiciese de ellas pasto del oprobio: honor y orgullo en mancuerna, pues…

       De dicha voz latina la etimología nos dice que pertenece a la familia de palabras derivadas del verbo ponere, poner, de modo que ex-ponere es “poner fuera” (de la casa paterna); el “ex positus” era, por ende, el que era puesto fuera, esto es, el expuesto

       El “sí mismo” se expone ante sí “dentro de sí”…. Tratemos de abatir esta aparente anfibología.

       De los entes que tenemos alguna noticia cierta, es el “sí mismo” único capaz de diversificarse mediante un movimiento retroactivo conducente a un espacio que le pertenece en el más amplio sentido, llamado de distinta guisa en la historia de la filosofía: ora conciencia, ora interioridad, ora subjetividad, ora res cogitans, por mencionar unos cuantos… Este espacio (y tiempo), yuxtapuesto al otro ocupado por su materia física y la del resto de los entes con quienes comparte universo, es el genuino en que acontece su “estado de yecto” [en el Heidegger ‘existencialista’ no parece reconocerse esto, ya que “existir” (de “sistere”, estar, y el prefijo “ex”, fuera) supone un “fuera”, acaso de sí (lo contrario al “ensimismamiento” en que el “sí mismo” se hace presente a sí): de allí la dualidad inherente del Dasein, en tanto “ser en el mundo”; el ente del que aquí se trata y el “yecto” en que su esencialidad se posa no compete a un “fuera”, si bien dicho “fuera” tampoco es negado.. El que su existencia preceda a su esencia aquí poco importa, al tratarse aquí más bien de lo último); arrójase a sí dentro de sí, a fin de exponerse ante la pluralidad de que está compuesto, impelido quizá por el Corazón, que le reclama “cuita” y “cura” (“el corazón se preocupa, la cabeza se ocupa”, podríamos decir, pervirtiendo un tanto los acentos del filósofo Ortega…)…

       El “sí mismo” puede “escuchar”  sin palabras (corazón), más para entenderlo, ha menester de ellas (cabeza), contando en tal empresa con la diversificación que de sí hace en caso de no ser inexorable, pues allí acuden, como decíamos, una pléyade de gentes, que lo acusarán, defenderán, promoverán conciliábulo para sopesar pruebas a favor y en contra, testificarán y exculparán o defenderán según el caso… En virtud de este proceso interno podemos presumir del “sí mismo” que es el único ente (constatable) capaz de alcanzar cierto grado de conocimiento de sí… El “sí mismo” es el ente capaz de conocerse a sí mismo, sin máscaras (más propias de carnestolendas o sociedad…)...

       ¿Pero se conoce lo que se ama, o se ama lo que se conoce?, como bien apuntalaba Unamuno... ¿Precede el Amor al Conocimiento, o es más bien resultado de éste? E igual que Unamuno, no lo sé de cierto… ¿Tú qué piensas, lector amante de las vitales dicotomías… qué camino eliges?

       Un “sí mismo” quien sea, que experimenta este tipo de Amor, experimenta a su vez algún nivel de repulsión respecto al orgullo, máxime cuando el amor a sí viene a resueltas del conocimiento; cuando ha atravesado numerosos procesos internos que no lo han matado, pero que lo han hecho más fuerte, y se dice a sí mismo “sé quién soy”; en él, sensibilidad y susceptibilidad son dos estancos separados… Su acerada armadura no le impide saberse frágil, mas en su Hacer le va el Ser… En la “expositio” de sí le va no el abandono, sino su ganancia: elemento diferenciador del auténtico abandono, cuyos síntomas son el desmesurado orgullo y la susceptibilidad hipertrófica de que hablábamos al principio.

       Epílogo

       La enfermedad moral del filósofo contemporáneo se llama dogmatismo; si bien éste ha existido desde los albores mismos de la filosofía, nunca su virulencia fue mayor que en nuestro “ahora”: por tal motivo me concedí la libertad de tratar tópicos tan trillados, cuyas respuestas son divisa corriente y generalizada, como si fueran enteramente nuevos, a fin de sustraerme de tal peste. Creo haber fracasado en el intento…





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