Yo hace años vivía en un país cuyo sol era como plancha metálica que
reflejaba la luz de día, pero no su calor: ése había que imaginarlo o evocarlo,
para los oriundos al menos de países más prósperos en lumbre: allí era mito, un
cuento entre gentes que se agolpaban unas contras para soplarse sobre sí y las
manos desnudas: yo no pintaba, ni mi pinta querida o merecida; yo ahí era un
alien de Tacubaya, un elemento surreal en un lienzo de nieve, un liliputiense
en el país de los caballos y los tulipanes, y una persona ‘non grata’ al final.
Oh, más tarde vendría el sol como flagelo, tiempo más tarde el mismo tiempo
devendría en leyenda y relámpagos tatuando la negrura del horizonte en una
orgía estival anunciando un destino inerme y rendido ante mis ojos donde empieza
Despeñaperros y todas las gargantas se abren en el sur de una Iberia
africanizada; oh, sólo más tarde Lorca y los gitanos con sus cantaores y
bailaoras y el vino clandestino del Almuñecar y la Salobreña acariciarían el
túnel que media entre mi boca y corazón con el tacto del cardo y de la miel, y
sus mujeres como mariposas ebrias y sus hombres morenos y con costras como
espuma… Fue aquella una época de pornografía para cardiólogos y “bohemia” en la
circulación y los labios, una y otra vez recorridos por el néctar de la
Creación, que es la saliva de las andaluzas… Conocí el amor como el planeta Júpiter
un meteoro errante, violento y explosivo, parecido a la exuberante primavera y
al lila en las enredaderas; todo era como la amapola silvestre, de tesitura ígnea y achicharrante a la vista; en
cada esquina y recoveco una maravilla asechaba, un prodigio como el lenguaje de
los gatos: oh, senos turgentes del continente negro o pubis lúbrico de España,
bella y Flagrante entre tus pares… Así fue un verano del lejano dosmil seis ya,
lejano como el la luna Ganímedes al menos en humano conteo…
Granada se abrió en mi pecho como afrodisiaco desgranado y rojo, y su jarabe de
lava en mis comisuras cerebrales y las maromas que sujetaban mi lengua
torturada: me buscaba en las calles de las Teterías a medianoche entre aullidos
y un árabe macarrónico en palabras tropezadas, oh Granada y tus pechos envidia
de la Reina Católica que en ellos guardas, oh Granada savia del Corán y los
llantos mozárabes, oh Granada de las casas encaladas y las noches de hálito
telúrico y gris y judíos conversos y cristianizados moros y cruzados en retiro,
te amo como si me hubieras amamantado con tu leche cósmica y tu cante jondo,
Granada mía…
Una vez en una noche mercurial llegóse a mí en la barra una de tus hijas, una
morena volcánica y de pocas palabras y ojos de aceituna griega, pero anidando
áspides y otras cosas innombrables en sus pupilas negras, y me besó en la boca
y se dio vuelta, dejándome ahí clavado, en el centro de la Tierra y del puto
bar, como en la cruz del redentor lo que en sus palmas; otra vez, cayéndome de
borracho, intercambié puñetazos con un torero, y lo hice blandir sus aparejos e
imprecaciones, y lo astillé en mi furia, y me hirió de muerte, y luego seguimos
bebiendo vino púrpura; y otra más, encontré sobre el ‘Paseo de los Tristes’ una
cofradía arrastrando sus cadenas en los tobillos mientras laceraban sus espaldas
a la luz argentina de un abril: le llamaban “Procesión del Silencio”, y era
bello y triste, y toda tú gemías arañándote la cara… Oh meridional sección del
Edén llena de pardos olivos y beáticos murmullos, como lo que el Darro recita
bajo tus piernas ancestrales con el ritmo del flamenco, Granada rubicunda y
mayestática y plebeya, Granada para quien te quiera recorrer y tú te quieras
abrir…
Granada que guardas la ciencia de la Cartuja, de tu universidad donde el padre
Suárez y su escepticismo afilado y tu huerto de poetas y tus colobríes y rosas
importadas: y de Castilla y los demás rincones del Reino cantan tu fertilidad,
del mar cantábrico a la Valencia mediterránea: terciopelo en los hombros de
Isabel, y mortaja de Fernando…
Granada herida de catolicismo y franquismo a guisa letal; Granada amnésica que
sobre tu piel soportas piojos e
infecciones sexuales; Granada como telarañas catedralíceas, como argumento de
Ibn Gabirol o iracundo puñetazo de Miguel Hernández o blasfemia en voz alta: di
al mundo, a los que nos retorcemos ante tu recuerdo indeleble, a los sofistas y
homeless que cantamos tus plenitudes, que no morirás nunca… Granada como arma
biológica, como prostituta en celofán, como inyección nuclear, oh Granada
discordia de los Imperios y de las mozas júbilo y recreo de los mozos, fuente
cantarina del Patio de los Leones y de la Plaza de San Nicolás orgía de sudores
oceánicos y coros borrachos de voces juveniles en tus plazuelas como ingles,
Granda llena de cicatrices y escudos de armas y tapas sobre la copa en espera
de los condes, Granada… Eres poesía como tu puerta Elvira abierta, como vagina
mundial y hombres y mujeres encadenados para tu peculiar disfrute, Granada, yo
hace años marché bajo las mismas puertas como hueste furiosa y deplorable,
buscando agua, y me diste vino, Granada…
Te extraño y apenas te enteras.
Así eres, así es.
No hay comentarios:
Publicar un comentario