Volteó airada cuando con voz carrasposa y en vaho etílico le dijo que monearía con su kótex, pero poco le duró el enojo al ver la bestial musculatura que el chalán de masón había desarrollado a fuerza de arrear 200 costales de cemento y/o arena de 60 kg c/u al día:
esculpido era el término justo, y como corolario perfecto, la chicharra que sus labios sucios sujetaban, como afluente de perversidades: sus pantis D&G que dos buenas quincenas le habían costado, ahora se desteñían del negro en los cerritos de cemento blanco de la obra incipiente: no era poca la excitación que le producía saberse cogida por el Goliath de la pala y escuchada por los peatones, amén de reducir al don juan de ocasión hasta el semen, sangre, saliva, médula, lágrima, suspiro: era que entre las ingles sentía bullir un Popocatépetl hambriento, y dos pezones sempiternamente erectos al lengüetazo del vestido -tal lo sentía.
Así, lo sujetó por el paquete que el fanfarrón le esgrimía y lo llevó a las primeras cuatro paredes terminadas con techo, y ahí arrojó al pálido albañil, cuya osadía habíase en profundo terror tornado una vez veía por todo horizonte un pubis moreno y palpitante: lo recibió ya mojado en su rostro de canalla; el flujo vaginal hizo aparecer líneas perfiladas en su rostro empanizado; desayunó pedos y violentos arañazos en sus mejillas mancebas, y hasta una presunta bolita de excremento, que proviniendo de culo tan radiante a él le supo a ambrosía caída de la mesa de los olímpicos.
Ella por su parte disfrutó como nunca la viga de aquel salvaje, su sudor de mitología, sus manos de demiurgo: entre ellas se sintió como siendo rehecha, y así salió de la obra, con el paso arrogante de las criaturas que ven por primera vez la luz del día.
Sólo sucedió una vez, como impacto que proviniese del espacio infinito.
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