YO SOY HIJO DE
SÁNCHEZ.
I
Los malditos malpensados de toda la vida –timoratos de viejo cuño y pura cepa-
dirán que fue precocidad lo que me ha llevado a levantarle las enaguas a Sofía,
pero la verdad es que fui motivado por el más puritíto amor al conocimiento:
que de cualquier forma no pude ver más allá de su concha peluda: de lo que
encerraban sendos labios, mayores y menores, a guisa que bien preservado y
sepulto quedó a mi ojo curioso el
Misterius Magnum que estos encerraban. El coito en lo sucesivo se me antojaría
la falaz promesa del lisonjero tacto al ojo miope.
Tampoco es mi culpa si en un arrebato de insomnio llevo hasta sus últimas
consecuencias las “metáforas de la tribu”: que si el filósofo en su perene
estado de Thauma se parece al niño (¿cuál de todos? ¿el Cosmológico, el
Soteriológico, el freudiano, el vilipendiado por Kant… ¡cuál!?), y lo que es
peor, si ese Niño ontológicamente emparentado con el filósofo habría o no de
ser merecedor de un día especial para él, como lo fue el de ayer, y como casi
todo aquél que pasa por una facultad de filosofía cualquiera terminará
encomiando a fuerza de rumiarse la misma historia que las vacas sagradas le
regurgitaron por al menos cuatro años de carrera para obtener su licencia de
pensador: de Homo Sapiens
quintaescenciado y aureolado.
Repugna en este estado de cosas reconocer que, en efecto, el trato con
intelectuales va de la mano con la prostitución del espíritu: en su modo
extremo haría de Wittgenstein un proxeneta. O en su modo falso, mejor dicho,
haría de él una pinche caricatura (¿ya habrá también aprendido a reír ese
Hombre-Límite, de sí mismo y de los problemas que aquí parecían tenerlo como
subido todo el tiempo en el potro, allá en la austral boca abierta del
Infinito?).
A todo esto nada sé no siendo filósofo, pues nunca obtuve licencia de tal y no
me gusta usurparle malamente la función a quienes legítimo derecho a ella sí
tienen; y de pensador pensador (dado que hasta donde sí sé o creo saber para
ello aún no hace falta pedir permiso), pues tampoco, porque me figuro la labor
como la que Rodin sacó de la piedra, y a mí la pose ésa nada más me sale en el wáter…
No hiperbóleo mi ignorancia. La prueba está en que apenas hace unos tres días,
al cabo de creer por cuarenta y un años que mi padre había sido un tal buen
señor que me heredó dos tercios de su propio nombre, acabo de descubrir a mi
verdadero padre. Su nombre es Jesús Sánchez.
Así es: yo también soy hijo de Sánchez.
Un vástago ilegítimo más, nacido de su prolijo esperma diseminado en un fecundo
maguer depauperado cuanto astroso ganado hembruno; robustamente criado con el
calostro de la Cultura de la pobreza (en el mismo sentido antropológico de
Lewis, para no tergiversar).
Lo diré una vez más: mi padre es, es, es, Jesús Sánchez. No hay yerro en el
presente usado, si atendemos al frondoso árbol genealógico en que la Agnición
nos coloca: pregúntese usted, que esto lee, si no es acaso mi hermano o tía o
prima incluso cuando nuestras plantas jamás hayan tocado el mismo millón de
kilómetros cuadrados de tierra y sus apellidos sean más bien de origen germano
o chino; y si me reta puedo hacerlo más chocante, por no decir monstruoso: que
su cónyuge, digamos, con quien ordinariamente comparte tálamo y fluidos, no
fuera a su vez pariente de usted, y por tanto ambos, en sentido más literal que
psíquico-simbólico, de los legendarios Edipo y Yocasta… ¿Cómo pues habría de
estar muerto el tronco con copa tan exuberante, pletórica de vida? ¿Cómo iban a
estar muertos Jesús Sánchez y sus hijos y los hijos de éstos y los de estos y
los de éstos y… mientras mi existencia y la suya, caso de ya haber depuesto su
anterior árbol más parecido a la obviedad del diagrama de instalación
eléctrica, los confirman a su vez en la suya? No sino en virtud de cierto
prejuicio moderno (prejuicio, se entiende, en su acepción más laxa y pedestre,
extendida y aceptada: nunca filosófico-hermenéutica): la tan taimada cuanto
denunciada “aporofobia”: taimada en quienes religiosamente la practican,
denunciada por quienes aluzadamente la padecen. Pues sépase que en este país y
en estos tiempos que corren uno es antes un “hijo de la chingada” que un “hijo
de Sánchez”: tanto repelús nos causa la Pobreza y más aún sus pobres. Porque,
sabido es, estos lo son porque quieren. ¿Y cómo, con qué cabrón derecho se
reproducen? Y quien no tenga para darle lo necesario a los hijos, pues que no
los tenga, óóóóóbvio. Y si ya los tuvo, tantito peor.
Mientras, nosotros, los inteligentes (no pendejos como los pobres, son pobres
porque quieren), mejor volteamos para una arista menos sucia de la realidad: al
Tik Toker que nos diga cómo hacernos ricos en una semana vendiendo depas, y
otras audacias por el estilo…
A riesgo de cometer algo así como una “blasfemía filosófica”(cuya indulgencia
habrame ser concedida ipso facto, puesto que he dicho que filósofo en stricto
sensus no soy), diré que no sabría responder, visto lo visto, si es mejor sembrar
campos de tomates o campos de concentración…
Otra cosa que sin duda “prostituye el espíritu” es el contacto continuo con la
inherente pendejez humana, como no sean las inocuas obviedades de las que los
filósofos hacen su negocio lícito, y nosotros los debrayadores, el clandestino…
Pues hay, señoras y señores, de pendejadas a pendejadas: señoras pendejadas y
señoritas pendejadas… Como quien dijese, a modo de los que piensan ( ?) que
para acabar con la Pobreza hay que acabar con sus pobres, que para acabar con
la pendejez hay que acabar con los Pendejos… A mí, antes que al resto, nos
lleva la chingada: bienvenida, Sexta extinción… Y pues no…
Acaso reclame con tanto ahínco la filiación a Sánchez debido al oscuro anhelo
de culminar un a posteriori Parricidio: no habría algo así como “elemento
trágico”, pues. O acaso como Manuel, su primogénito, no me atreva una vez
frente a él, ni a mirarlo a los ojos, y las palabras nada más se me agolpen en
el gañote como el tráfico en Circuito durante horas pico…
Y es que lo que me impele en parte es que aquéllo que Erasmo elogió
irónicamente, nuestro siglo se empeña, al parecer más que nunca, en coronarlo
literal, y además imponerlo como norma de vida general y comprensión del mundo
universal… ¿Estamos seguros que se ha dicho todo en materia
filosófico-económica? ¿Riqueza y Pobreza son lo que son, así sin más? ¿Ni
siquiera habiéndose vuelto el mundo un espacio tan opresivo hará que al menos
rescatemos la vieja idea de la Práxis, y su necesidad? Y el filósofo, ¿se
mueve, o no se mueve? ¿sigue “vivo”? ¿vegeta? ¿Y por qué todos esos guías
espirituales del pasado, esos filósofos enigmáticos cuya sabiduría pudo ser
condensada e inmortalizada en un gesto y hacia donde el ojo derecho del hombre
de hoy voltea cuando no es vigilado por el izquierdo, representan en suma un
antivalor en esta atmósfera sofocante, mas óóóóóóbvia?
Hube por acaso encontrarme nuevamente al niño que llevo dentro por estas
calendas, específicamente el ‘Día del Niño’, a través de la obra más conocida
de Oscar Lewis, pero que yo felizmente recién descubría…
Supe que soy de la prole de Sánchez. Yo ignoraba a quién le debía mi paternidad
(puesto que “nadie se baña dos veces en el mismo río”, óóóbvio).
CONTINUARÁ…
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