sábado, 21 de julio de 2018

“¿Por qué mucha gente se pierde en las drogas en vez de llevar una vida de la cual no necesiten escapar?". Traducción de artículo.



Artículo amablemente cedido para su traducción al castellano por el autor, Mr. Tim Hjersted, a quien debo expresar una vez más mi más sincero agradecimiento, así como una disculpa anticipada en caso de haber involuntariamente tergiversado e incluso pervertido lo que allí se dice.
La misma disculpa previa ha de valer también para el lector de habla castellana, quien habrá de mirar los yerros aquí contenidos con más benevolencia que acuciada crítica, considerando constantemente el conflicto de la literalidad a costa del rescate de significado y estilo o viceversa en la labor traductora; al lector bilingüe, lo remito al artículo en su lengua original a través de la siguientes rutas: 

https://www.filmsforaction.org/articles/why-do-so-many-people-do-drugs-instead-of-solving-for-root-causes/

https://www.lifespacehealing.com/new-blog/2017/11/17/why-we-get-lost-in-drugs-instead-of-making-a-life-we-dont-need-to-escape-from

Gracias.


¿Por qué mucha gente se pierde en las drogas en vez de llevar una vida de la cual no necesite escapar?



“Creo firmemente que las estructuras sociales están volviéndonos locos. Aunque la mayoría de nosotros nos tengamos por individuos bastante bien adaptados, sanos, todos estamos ya en el mismo psiquiátrico juntos”.


Muchos de nosotros, quizá la mayoría, consumimos algún tipo de droga. Cuando nuestra elección no es mariguana, es normalmente alcohol. Y cuando ninguna de estas, la norma nacional en nuestra sociedad de consumo son, por supuesto, las compras. Más que probable es que sean las dos primeras mencionadas o todas ellas. Pero para la mayoría de los occidentales las compras llenan el vacío y dan solaz a la exigencia interior. Bastantes investigaciones han revelado el efecto similar entre las compras y otras drogas. Cuando la gente va de compras,  cierto químico cerebral conocido como “dopamina” es liberado en el cuerpo: justo el mismo que se libera cuando bebemos alcohol, inhalamos cocaína o nos enamoramos. La dopamina actúa en el centro de recompensa del cerebro, y es lo que proporciona ese “colocón” mientras buscamos nuevas cosas para adquirir.

He experimentado esa sutil euforia al momento de estar en la fila de la caja registradora en el súper; me recuerda aquellas tomas fugaces de “Requiem for a dream”: pupilas dilatadas, químicos golpeando el torrente sanguíneo, ojos menguantes a medida que la sustancia nos coloca. Cosa poco sorprendente, las compras nos proporcionan una dosis más segura, aunque mucho más cara. De hecho, para el sujeto socialmente adaptado, que actúa acorde al marco legal, las compras son uno de los pasatiempos más populares de los Estados Unidos.

No trato de decir decir que las compras, fumar mota o beber alcohol sea malo per se. No lo es. Es más bien nuestro hábito de aficionarnos a ello lo que hace pertinente la pregunta: ¿por qué consumimos drogas? Sin importar que tu tipo de droga sea socialmente aceptable o no: la tele, el juego, el sexo, los videojuegos, los deportes, comer, las drogas de prescripción, el Facebook, la acumulación de riquezas, las relaciones; el punto es que culturalmente, socialmente, tan sólo muy pocos de nosotros no estamos enganchados a algo.

Si quisieras ser cínico dirías que justo a lo que eres adicto es lo que te hacer ser. Aunque ciertamente, mucha gente es adicta a la misma cosa. Desde una perspectiva social, es exactamente lo que hace a las adicciones ser aceptadas. Es lo que hace que no parezcan tal.

¿Pero por qué, en primer lugar, mucha gente se convierte en adicta? La ventaja de hacerse adicto a algo se traduce en esto: escapar. Estrecha y compulsivamente nos aficionamos a aquello que bloquea el resto de la realidad. Ahora bien, ¿por qué querríamos aislarnos del resto de la realidad tan completamente de modo que nuestro comportamiento fuese destructivo en otros aspectos de nuestras vidas?

Creo firmemente que las estructuras de la sociedad están volviéndonos locos. Aunque la mayoría de nosotros nos tengamos por individuos bastante bien adaptados, sanos, todos estamos en el mismo psiquiátrico juntos. Amén los antropólogos, la mayoría carecemos del horizonte cultural necesario para apreciar nuestra sociedad de modo objetivo. Si algún ancestro prehistórico viera cómo nos comportamos unos con otros (en la escuela, el trabajo, en la política, con los desconocidos), pensaría que nos hemos vuelto locos. Carecemos incluso de la perspectiva para cuestionar la cordura de cosas como la banca, la escuela, los jefes y los empleados, la economía capitalista; la sociedad necesita dinero simplemente para no perecer por inanición. La vida moderna se ha convertido en algo frenético, estresante, abrumador. Nuestro hábitat mental se halla contaminado por anuncios y comerciales de cualquier índole.

Muchos creemos que no hay vínculo entre la estructura básica de nuestra sociedad capitalista y el incremento de enfermedades mentales que nos afectan en nuestro próspero occidente. Si te sientes deprimido, por ejemplo, el problema no es el ambiente que te haría sentirte de tal guisa; si de repente perdieras el control, y quisieras volar una escuela, estrellar un avión contra un edificio gubernamental, el problema aquí no es la sociedad. Eres tú. Afortunadamente, contamos con una solución capitalista también para ello. Se llama Prozac. Por favor, haznos saber cuando estés bien de nuevo para seguir tomando parte en el círculo trabajo-gasto como el resto de nosotros 😊

Ahora bien, más allá de los ejemplos palmarios, existe una neurosis más sutil en juego que nos afecta a todos. Para comprender esto, creo que necesitamos seriamente cuestionar la inseguridad fundamental producto de la necesidad de “conseguir chamba” sólo para sobrevivir. Es la base de todo nuestro paradigma de civilización. Somos “lanzados a la vida” apenas llegada la mayoría de edad. Nuestros padres hacen esto a modo de “amor apache”, como forma de crear carácter, claro,  aunque  derive en la ansiedad e inseguridad propias de la adolescencia.  Esto a pesar de que somos forzados a conseguir un empleo precario a fin de pagar la renta, que a su vez nos succionará la mayor parte del ingreso, el cual, por cierto, nunca nos permitirá salir adelante. Contraemos deudas a fin de poder seguirnos preparando (requisito indispensable para conseguir un trabajo más o menos decente). Después de la graduación, tendremos con fortuna crédito suficiente para comprarnos casa (lo cual implica más deuda). La hipoteca normalmente no habrá de saldarse en espacio de veinte años, manteniéndonos así prácticamente la mitad de nuestra vida adulta. Todo esto sólo para tener un techo bajo el cual resguardarnos, satisfaciendo la segunda necesidad básica de acuerdo a la jerarquía de necesidades de Maslow.

Uno de los memes más queridos de nuestra sociedad es aquél que dice que si tú trabajas duramente, cualquier otro también puede. Independientemente de cuántos trabajemos duro para el sistema,  no es de todos modos suficiente. Nos endeudamos con la esperanza de que una vez concluidos los estudios, nos aguarda un buen trabajo. Continuamos pagando renta o hipoteca; empero, mucha gente se encuentra devastada después haber perdido casa o trabajo o incluso ambos.

Una vez miras el cuadro completo, tengo que preguntar qué clase de daño psicológico nos está produciendo. Teniendo en cuenta toda esta ansiedad, estrés, aislamiento e inseguridad que brota del hecho básico ya apuntalado de la vida civilizada, no es sorprendente que muchos de nosotros nos hagamos adictos a cualquier tipo de droga.

Y aquí viene lo que de verdad me gustaría preguntar: ¿Sería tan acuciante el deseo de recurrir a la droga de nuestra elección si acaso el mundo fuese algo diferente de lo que es? Si hubiese menos problemas, tanto a nivel personal como mundial, ¿seguiríamos buscando la felicidad en el fondo de una botella o en los pasillos de los centros comerciales?

Si nuestra sociedad contase con nuevos medios proveedores de sentido y felicidad, siendo a su vez menos opresiva, es decir, haciéndonos pasar por el aro a todos por igual con un trabajo de mierda a fin de cubrir la renta , ¿continuaríamos drogándonos en nuestro “tiempo libre”?

Puede no ser fácil imaginarse un mundo tan maravilloso a grado tal que fumarse un toque o beberse unos tragos mengüen su experiencia. Sólo por un momento permíteme argüir que si viviésemos en una comunidad con estructuras sociales y culturales radicalmente distintas, muchos de nosotros, aunque no todos, tuviéramos mucho menos deseos de meternos estos opiáceos, o por lo menos no tan a menudo. Si te sientes anhelante al barruntar una vida más espontánea y auténtica, la mota, el alcohol, el consumismo, la tele y lo demás, te hará, ciertamente, sentirte “colocado”, pero más insensibilizado, a largo plazo, respecto a la forma genuina de felicidad anhelada.

Podrías decir que todo esto es grandioso y etcétera, mas no cambia el hecho de que tenemos que trabajar para vivir, que la sociedad que nos sitia persevera en su locura y que todo eso no va a cambiar a corto plazo. Concedido. Pero aquí está el problema: cada que echamos mano de cualquier medio sintético o comercial para procurarnos un buen momento (siempre que queremos relajarnos o escapar un rato), declinamos la posibilidad de un futuro más sano y positivo – ya no para nosotros, sino para nuestra descendencia. Más aún, a nivel simplemente personal, abdicamos de los medios que nos procurarían felicidad, cuyo origen se reconocería en nosotros mismos. Si eligiésemos no mirar tele o ir de compras cada que queremos pasarla bien, tendríamos que pensar en alguna otra cosa, como salir en bicicleta, ir al lago con amigos, dibujar, y una gama de actividades que requeriera nuestra participación directa a fin de crear la experiencia. Cualquier cosa que quisiésemos hacer, su culminación estaría basada en nosotros mismos, y me parece que hay cierto valor en poder encontrar la felicidad sin coacción externa. Las sustancias que toman en sí el trabajo de producirnos felicidad crean, sin embrago, dependencia. Admito que implican mucho menos trabajo, pero no creo que sean soluciones muy sanas.

Es como cuando alguien sólo se alimenta de “comida chatarra”. Debido a que este género contiene aceite de soya parcialmente hidrogenado, grasa que es sintéticamente fabricada y no se encuentra en estado natural, su cuerpo no sabe cómo procesarla y convertirla en energía. Pero si come semejante porquería el tiempo suficiente, ya su cuerpo se las arreglará para procesarla, aun de modo ineficiente, tal como estamos aprendiendo a procesar el poco nutritivo entretenimiento que nos zampamos todos los días. Y justo porque no nos funciona es que necesitamos más para sentirnos satisfechos, más a fin de empaparnos mejor. Más golosinas mentales, más intoxicación, más escándalos de la farándula, más absurdos y violentos programas de televisión, más estímulos visuales y físicos.

Increíblemente, si bien estas grasas parcialmente hidrogenadas “funcionan”, también bloquean el procesamiento de las grasas saludables, haciéndonos más dependientes de las nocivas. Y así,  vamos alcanzando hoy día la siguiente crisis social: se agotan aquellos honestos medios de alegría y felicidad. La belleza y el goce una vez apreciado y obtenido a partir de la conexión con la naturaleza,  como por ejemplo, al adentrarse en un medio agreste y disfrutar de esta intrínseca cualidad, se está convirtiendo en un malentendido expediente mediante el cual se disfrutaría mejor de la vida.

Los niños que hoy viven en verdaderas junglas urbanas están privados de esta conexión. La naturaleza es algo que está “allí fuera”, de la cual se lee en libros de texto y que parece más aburrida y poco cautivante en comparación con el frenético entretenimiento de la tele, juegos de video y los centros comerciales virtuales en sus celulares. Los chicos son alimentados por un constante afluente de información y representación mediática que constantemente los coloca en el centro de atención. En el mundo de la representación mediática, todo se reduce a segunda persona: “Tú, Tú, Tú”. Así en mayúsculas.
Naturalmente, cuando uno de estos peques mediatizado tiene un encuentro con una experiencia directa, en el aludido medio agreste donde nada fue específicamente creado para él o ella, y las cosas simplemente “son”, puede hallarse perdido sin saber que hacer consigo mismo. “¿Qué es el punto de hallarme aquí de nuevo (en el susodicho medio natural)?”. El tipo de diversión que los chicos de hoy día anhelan se halla más bien comercializado, empaquetado y de venta en las tiendas.

Desde luego, lo anterior también aplica para nosotros, “niños en edad adulta”. La miríada de formas de entretenimiento producida para nosotros se ha vuelto ponderadamente eficiente en esta tarea. Un destellante celofán envuelve todas las promesas que el paradigma consumo-trabajo-gasto ofrece. Las agencias invierten billones de dólares y las jóvenes mentes más dotadas que han estudiado meticulosamente la ciencia y el arte de estimular nuestros deseos van directo de la escuela a ello. Entre más viejos nos hacemos, más natural se nos hace esta sociedad enferma, y más satisfechos estamos ante lo que nos tiene que ofrecer. Condicionados a aceptar sus rutas de escape cultural desde mucho ha, es posible que no reconozcamos una mejor vida incluso si la viésemos. Y si pudiésemos verla, me pregunto si nos pudiese parecer tan ajena al punto que prefiriésemos la que nos es más cómoda y familiar sobre aquella menos conocida, aun cuando secretamente la odiésemos. ¿Y si hubiésemos ido demasiado lejos, viviendo tanto tiempo así, de modo que ahora identifiquemos nuestros hábitos adictivos como una parte de nosotros mismos? Tan tóxico para nuestra cultura, puede serlo para nuestra salud –con todas sus drogas y distracciones; si estas drogas se han vuelto un amigo reconfortante, ¿podríamos romper con ellas?

¡Damas y caballeros! ¿Se ha horneado ya nuestro pastel?

Quizás. Mas si estamos obligados a mamar de la comida chatarra u opiáceos culturales, me parece posible que podríamos empezar por descubrir nuevas rutas a fin de crear sentido en nuestras vidas, e incluso un nuevo afluente de diversión mucho más valioso que cualquier efímera satisfacción.

Ahora que si queremos soñar en grande, soñemos pues en grande. A futuro, veo una sociedad donde las necesidades básicas de cada ser humano estén garantizadas: comida, techo, salubridad –seguridad “de la cuna a la tumba”. Veo un futuro que no haya menester de trabajos tediosos, sin naciones-estado, sin reglas ni gobernantes, jerarquía o guerra. Piensas que esto suena a fantasía, pero es posible ahora. El problema no es técnico ni creativo. Es más bien de retraso cultural, de nuestras vetustas instituciones y valores que no son capaces de ir al ritmo del avance tecnológico.

Concientizar esta clase de futuro, empero imposible –en el sentido de no poder imaginar algo mejor de lo que actualmente tenemos-, significa despertar ante los problemas que nuestra generación debe arrostrar.

Parte de la apatía natural de nuestra generación yace en la paradoja de ser conscientes de los grandes problemas y nuestra negligencia para hacer algo al respecto. De hecho, este comportamiento, este conflicto de conciencia e inconsecuencia práctica es en gran parte lo que genera apatía. Cuando uno tiene ideales pero no vive de conforme, crea un sutil pero perdurable conflicto consigo mismo debido a que la vida resultante no es auténtica. La apatía es un mecanismo mimético de este conflicto. O tomas acción o te dejas de preocupar. Alguna opción tiene que acontecer en tu psiquismo a fin de no volverte loco. Suprimir esa empatía y coraje de cara a, o en la concientización de la opresión, es normalmente el camino de la menor resistencia.

Ajá, si optamos por el otro camino, nos vamos a encabronar. Ajá, habrá dificultades y estaremos frente a frente con las injusticias del mundo tal como actualmente son. Pero en última instancia, este coraje puede ser algo bueno. Si podemos canalizarlo en la creación de nuevos sistemas de vida y cultivar a su vez los valores positivos en los que creemos, sobrevendrá un aluvión de cosas buenas. Entonces, confía en tu instinto. Explota los sentimientos que resguardan tus agallas, porque algo maravilloso ocurre cuando empiezas a tomar acción –tu cinismo se difumina. Repentinamente, todo tiene esperanza, y te das cuenta que podemos cambiar el mundo. Repentinamente, tienes el poder de elegir por ti mismo. Podemos hacerlo si nos ponemos en ello.

Ahora, vayamos unos años para adelante. Te has comprometido con la causa. Lees noticias “alternativas”. Estás ligado con al menos un grupo de activistas locales y trabajando en proyectos que impactarán en múltiples niveles sociales. ¡Eres una verdadera chingonería!... Y también probablemente aún mejor en la cama
J

Sin embargo, aquí hay peligro. Al cabo de un rato, las drogas pueden suponer un problema potencial. Una vez dispuestos a cambiar las cosas y habernos puesto en ello para conseguirlo, ni siquiera así los cambios que buscamos se cristalizarán por algún tiempo. El gran cambio de paradigma que hemos elucubrado puede encontrarse incluso más de una generación adelante. Lo que experimentaremos hasta entonces serán muchas pequeñas, a veces grandes, más a menudo e inmediatamente,  diferencias intangibles, que no serán plenamente notadas hasta que hayan comenzado a hacer sentido.

Me di cuenta que que tras haber comenzado a hacer algo de todo esto, parecía como si llevar a cabo algunas de mis anteriores actividades favoritas estuviera mejor, ahora que iban acompañadas de más substancia. Hacía el trabajo, pero una semana más tarde, algunos meses, ahora ya un par de años, los grandes problemas todavía están allí, de modo que entretanto hizo sentido salir en busca de solaz.

El problema es que cuando queremos relajarnos, a fin de liberarnos de los problemas que aparejan una mañana de lunes o lo que nos atañe a nivel local o global, corremos el riesgo de agotar las energías que de otro modo podríamos dirigir a la solución de dicha problemática. Necesitamos energías para resolver problemas o bien pensar creativamente, y echar desmadre como estrella de rock ciertamente nos energizará por la noche, pero nos dejará pulverizados a la mañana siguiente.

Lo que requerimos para tener éxito es un esfuerzo sostenido. Los grandes poderes desde siempre hasta ahora han triunfado debido a su ímpetu puro que persevera en “agitar las aguas” –es lo que condujo a la generación “hippie” al desgaste para finalmente volcarla a trabajos lucrativos, y también lo que ha conducido a la generación “rave” a la apatía y hastío por igual, entre otras sub-culturas.

Lo que alguna vez fue una marejada de potencial energía creativa y pensamiento fresco ha sido nuevamente disminuido a lo que ahora parece haber sido una moda pasajera de jóvenes idealistas. Otra vez, creo que justo porque carecimos del esfuerzo sostenido y paciente para concretar nuestros ideales, y porque estas subculturas invirtieron más tiempo en drogas que en resolver los problemas de raíz.

Mediante el consumo de drogas, hemos potencialmente cometido un inmenso fraude contra nosotros mismos. Como nuestros padres en la generación precedente, nos encaminamos al sometimiento del vibrante y poderoso espíritu en nuestros cuerpos a fin de encorsetarlo en chácharas triviales, a la queja apenas murmurada, al punto de encontrar desagüe en los medios que le han sido ofrecidos a tal fin. Podemos haber hasta ahora aceptado placeres pequeños y momentos efímeros de entretenimiento comercial como suficiente –como si esto fuera todo lo que ha habido siempre.

Nuestra generación, adhiérase o no a más altos ideales, está rápida y peligrosamente alcanzando el punto en donde el “sólo por irla pasando” se hace suficiente: conseguir trabajo, mirar una peli, tener sexo, comprar más mierda. Podemos pasarle los problemas a alguien más. Satisfechos con la gama de entretenimiento que la cultura de consumo tiene que ofrecernos, y abrumados con el desencantador reto que arrostramos, hay suficientes distracciones para mantenernos agradablemente apendejados mucho después que hemos olvidado de qué se trata la vida en verdad.

Ahora bien, incluso a los más acendrados eco-activistas les gusta ver pelis, dejarse ocasionalmente absorber por los videojuegos o fumar algo de mota, cualquier cosa. Ciertamente está bien disfrutar todo esto. Sólo que es importante conservar el balance con el resto de cosas en la vida.    

Para mí, el activismo, dibujar, hacer música, bailar, andar en bici, fotografía, la alter y contra-cultura, escribir, y otras artes creativas, son formas de goce que perdurarán en mí más allá de la actividad en sí. Más específicamente, son actividades cíclicas que crecen cual espiral hacia una meta que no se hace necesaria definir. Ese es mi problema con las drogas como tal, o bien recreacionales: dirigen únicamente hacia sí mismas. Metiéndonoslas, encontrando en ello “escape” y “liberación”, hallamos solaz temporal. Pero luego llega la mañana del lunes; prendemos la tele, y nos encontramos con los mismos problemas. No nos hemos hecho más sabios. No hemos querido el progreso hacia ninguna alternativa. El único recurso es otra dosis, a fin de “voltear para otro lado” el siguiente fin de semana, y hacerlo una y otra vez, semana tras semana tras semana…

Este ciclo es probablemente cumplimentado con momentos inspirativos, promoviendo declaraciones de intención para cambiar y combatir los embates de la apatía. El momento de leer este escrito puede añadirse a la lista. Pero las afirmaciones gratuitas no son útiles por sí y en sí. Deben ser seguidas de concentración y puesta en práctica –acción que refuerza nuestra creencia en quiénes somos. Estar conscientes de las trampas que nos hacen retroceder sobre el mismo espiral es un buen comienzo. A partir de aquí, podemos elegir cual es el siguiente paso a tomar.   







No hay comentarios:

Publicar un comentario