Habitan en mí la mala suerte,
la maldición y el horror:
el enemigo se disfraza de mi piel,
la antípoda maniquea
y lo que no tiene solución
ni respuesta.
Dentro de mí mora la pandemia
y la peste: la plaga
y la desmesura: el color negro,
el más negro de los negros matices.
Y mi alma como ala de mosca,
como el ojo del Vacío…
Mi interior es funesto, lo sé,
aunque guarde semejanza con catedral gótica
o putero lleno de neones;
también mi lengua es alfombra roja
para imprecaciones con tacón dorado
e ignominiosos arquetipos.
Amén mis huesos mohosos
mi tórax aloja otros cementerios
submarinos y blasfemias esmeralda.
En mis palmas avenidas transitadas
con choques y muertos por doquier.
Mi frente rajada por los años
y alcalinos pensamientos.
Endosé mi acta de nacimiento
al eternamente repudiado,
y me la devolvió hecha pedazos:
no poseo nada, ergo soy nada,
hijo de la Nada. ¡Bravo! Mi mejor logro.
Y a veces, cansado de mí, resoplo,
a fin de menguar el inagotable Prana,
y fracaso en consonancia, y me odio.
¿Cuántos cubos de optimismo se precisan
para endulzar el jarabe amargo que todos tragamos?
***
Un trago a las nueve a éme lo arregla todo.
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