Contaré de cierto
territorio al cual únicamente se accede por vías no oficiales. Mucho menos
normales. Ni siquiera por manipulación física, al estilo de las leyes
transigidas en la ciencia ficción, como el “Caballo de Troya”. O en el mejor de
los llamados “realismo fantásticos”: no hay Macondo, no hay Fantasia, no hay
Comala, no hay nada que se le parezca al pedazo de región que “me esperaba”, y
por lo cual estoy autorizado, obligado a dar cuenta. ¿Quién si no?
Porque recorrí en mi juventud lo que fue reservado a los hombres, y porque en
aquel entonces, joven yo, el pasaporte podía esgrimir: mi país me amparaba,
aunque no me extrañase demasiado. Y así fue como caminé por la España, Italia,
Bélgica, Holanda, Alemania y etcétera, y todo eso fue bien, increíble, pero
nada comparado con la vasta y exuberante vegetación y de gentes de un pequeño,
pequeñito país al cual entras como en resbaladilla, pues no de otra forma: el
truco es no esforzarse. Ni siquiera hay alguien custodiando sus fronteras.
Quién sabe cómo sea en los países vecinos del norte, donde los polos magnéticos
deben jugar su parte para atraer riquezas y masas humanas, aunque dicen que
duro es, y que hay quienes atraviesan desiertos, selvas, el Tapón del Darién,
la Lacandona, esas inhospitalidades de arena que defienden al llamado “país de
Dios”. Ha de valer la pena dejar todo atrás, sin duda. Yo no, yo después de mis
correrías cuando aún mis piernas eran fuertes y pudieron llevarme y traerme a placer,
hube de moverme lo mínimo indispensable.
Tal vez la vida, lo que los hombre y los libros sabios llaman así, sea para
vivirse y no contarse; tal vez tú quien estas líneas recorres desees mejor
vivir antes que escuchar a través de mí y mi presunción de un tal país,
inseñalable en el mapa, de personas que ninguna etnología, de lenguas que
ninguna lingüística, de costumbres que ninguna antropología… Aún estás a
tiempo, si el tiempo te representa algo, lector desprevenido, de abrir tus
redes sociales, pues aquí te lo haré perder.
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Trinan fuera los pájaros, trina la madrugada entera, y mi cabeza trina con
ambas.
Me desperté con esas ganas evangelistas de dejar todo por escrito, de pelear
contra el olvido de los hombres y el polvo que todo sepulta, de brincar con la
pértiga y marcar un nuevo récord: incluso el de la tontería más absoluta,
¡bravo! Al menos me levanté con ganas…
Hay veces que quisiera ser rico. Hay veces que quisiera ver al dinero
desbordarse de mis bolsillos, al punto de darme asco en su caudal estrepitoso,
pero sólo hospedan pelusa y una que otra mugre.
Me desperté con ganas de llorar mientras la mañana abre su persiana de fuego, y
nada me ha importado, ni siquiera lo que llevo en el interior: perros muertos
de hambre, la toma de la Bastilla o del Castillo de Chapultepec, el Covid 19,
todo ha caído de un escopetazo, o de una fulminante premisa filosófica
No creo que ninguna de las máquinas habidas y por haber, llamadas “inteligentes”,
se despierten alguna vez así. Así se estila en el país del cual provengo: el
hombre provee. El significado. Que se hagan cargo los que saben.
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De cualquier forma nada he dicho, y todo sigue en mi pecho, pero lo daré: con
barbas crecidas, con cabello largo, con tatuajes y dientes cariados y uñas
sucias, con un par de grapas , como en el argot se dice, lo daré todo.
Ingresar al país que te digo, no fue
fácil; ¿visa?; no.
¿Y si hubiera un territorio con sus leyes y sus gobierno y su religión y sus
gentes que nada más te esperaran a ti, lector? ¿Estarías dispuesto?
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A dónde fui a parar, permanecerá en el misterio, y no pierdas , o que el “tiempo”
no te pierda, seas lo que seas, lector, lectora.
Te contaré del país prometido, lo que viví y vi y vencí, ¿quieres?
Las avenidas son azules, los periféricos son rojos, los arrabales huelen a
madres, las calles ¡vaya! Una mierda que ni a Jesucristo, en Getsemaní, se le
hubiera ocurrido: ni en la jodida colina de la desesperación hubiera sido
oteada: ni el Hijo de Dios…
Bueno…
Antes de moverme de México (¡qué bien se escucha!), me preocupé por
las drogas,
las drogas,
y las drogas.
Después fueron las mujeres.
Pero antes fueron las drogas.
Y ya.
Y en todos lados me pidieron pasaporte, y de todos lados me escaqueé, y en
todos lados me la pelaron…
Menos al que se me reservó… El país que me esperaba era custodiado por un gato
negro, con el que tropecé, por una hermosa prostituta a la entrada del templo,
por un pío funcionario a las del congreso: las Leyes parecían pan recién
cocinado, frescos vegetales verdes o rojos…
Debería ahorcar a alguien y sacarle la tinta de los ojos…
Debería machacar a martillazos las rodillas de esotro alguien…
Debería, en barra libre, beber la sangre de una vena abierta…
Y leer hasta agotarme la nota roja, la oculta crueldad que como señorita se
oculta tras tus rosas fachadas…
Finalmente bullimos todos, por dentro, como el Popocatépetl.
Ahora que…
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No mames, todo empezó por un choque de meteoros, por un choque de vidas, de
formas de verla, interpretarla y estar, no mames, todo empezó porque quiso,
todo empezó porque así, y nadie pudo evitarlo. Todo empezó por una voluntad que
no fue la mía, todo empezó así:
Le arrancamos una
página al mañana
(y después que te cagaste)
chocó tu cabeza
llena de alimañas
contra el techo de la Felicidad,
hicimos el amor sobre un tajo de basura,
quisimos cerrar la Noche, Tú y Yo…
quisimos y no pudimos…
Y entonces me vienes a decir que mejor me hubieran parido con la boca cocida,
con los brazos fracturados, con piernas amputadas, y entonces tienes cara para
tirarme otro dardo más venenoso, cuando todo fue como un tullido mañana…
¿De verdad nunca supiste que tipos como yo ya nacieron muertos, que salen del
útero para ver morir el sol, nunca lo supiste, mujer ojete, mujer de hierro,
mujer de amargura, mujer de la agitación de mi cuchara en el café? ¿Qué me
queda al final, sino tus pestañas como abanicos espantando moscas y dioses por
igual? ¿Qué me queda si no es la noche para aullarla hasta quedarme sin voz,
qué me queda sino la tachonada negrura a la que ni rozo con mis poesías horrendas
y tu cabellera prehistórica?¿Qué mi queda, si no es la Razón?¿Qué me queda bajo
este día hipócrita con sus nubes y sol como barata ramera y su ceniza en
párpados y su arrebol en la jeta dorada, qué? No veo nada más…
La implosión que llevo dentro… Saldrá porque saldrá…
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Sabes a música que no fue, tú toda sabes a Música…. Eres la voz de los poetas
muertos… Pero te hacen falta cuarenta mil vidas, cuerpos y mentes y almas, nada
te cupiera para saber, pequeña.
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La historia que
se escribió, el país al que hube de llegar, nada te involucra. Llegué solo.
Fue así:
el avión me salió en diez mil dólares
me rapé, me corté las uñas,
peleé con mi perro y con mi hermana,
azoté puertas, fuí a donde los tatuajes, me tatué el rostro;:
me puse una blasfemia irrepetible,
amarilla,
canté canciones que nadie, nadie se atrevería,
e invoqué a satanás.
Se apareció apenado, como niño idiota, y le pregunté qué se le ofrecía.
Y le di un cacho
de pan blando.
Después, marchando con su tridente y su cola entre las patas, como loco reí: y
reí y reí.: se marchó con la cola entre las patas.
{Soñé a propósito que el Lenguaje no pertenecía al Pensamiento, y que el acto
de pensar pertenecía al libre albedrío (el cual no existe, me lo dijo satanás),
pero lo soñé]….
Y soñé… Te soñé…
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Nadie cree que existo: nadie cree en mí, luego no existo.
Te escribo desde la No-existencia, te escribo desde la región que no hay, desde
la nada: se parece tanto a Dios.
Fue bullir hasta evaporarme, fue arder a la manera de Quevedo, fue querer dejar
de ser como llegué al país, región, pedacito de especio donde ahora me
encuentro. Donde Nadie cree en mí.
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Hay razones para no inventarme la Muerte.
Hay miles.
Una: la Muerte no es. No es. No es. Y así seguiría, hasta el cien mil (no soy
el primero en decirlo).
En fin. En mi país es lo siguiente...
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